Hay cambios en el reparto que son fatales, pero hay otros que son lo más afortunado que pudo pasarle a una producción. Un personaje se vuelve icónico tanto por cómo está delineado en el guion, como por el actor que lo interpreta. De ahí que es muy difícil que, en retrospectiva, podamos imaginarnos a Shirley Jones en vez de a Audrey Hepburn en Mi bella dama, que Lucille Ball fue alguna vez elegida para ser Scarlett O’Hara en Lo que el tiempo se llevó, o que Han Solo hubiera hablado con el acento neoyorkino de Sylvester Stallone.
Nuestro primer ejemplo es Claire Danes, quien se perfilaba como Rose Dewitt Bukater en la producción de 1997. Por suerte el papel terminó a cargo de la entonces gordibuena Kate Winslet que por lo tanto encarnaba perfecto a una joven damisela de sociedad de principios del siglo XX. De no haber sido así, el más mínimo ventarrón marino le habría arrancado a la espigada y etérea Claire a Jack en la punta del Titanic.