Aunque uno de los primeros precursores del found footage como subgénero de terror fue el filme italiano, Holocausto caníbal (sobre unos jóvenes que pretenden realizar un documental en la selva amazónica), fue a partir de finales de los noventa, con dos películas independientes de terror psicológico, The Last Broadcast y El proyecto de la bruja de Blair, que los directores comenzaron a explotar el recurso del metraje encontrado o falso documental dando origen a películas como Actividad paranormal, REC y Cloverfield, entre otros.
En un panorama cinematográfico saturado de fórmulas gastadas, surge un joven director mexicano, Víctor Dryere, dispuesto a insuflar nueva vida al género del found footage. Nos presenta una ficción sincera y conmovedora que se adentra con agudeza en las complejidades emocionales y psicológicas de sus personajes con la intención de desentrañar el doloroso proceso de desmoronamiento de un joven matrimonio en 1974: La posesión de Altair, disponible en Amazon Prime Video.
'1974: La posesión de Altair' recurre al metraje encontrado para crear atmósferas perturbadoras
Manuel (Rolando Bremme) y Altair (Diana Bovio) conforman una joven pareja que ha decidido documentar su vida cotidiana a través de una antigua cámara de 8mm, capturando así los momentos más simples y entrañables de su pacífico hogar. Sin embargo, la armonía se ve interrumpida cuando Altair comienza a experimentar una serie de sueños enigmáticos y perturbadores que parecen desafiar la realidad. Estas extrañas visiones la impulsan a emprender acciones fuera de lo común, como la construcción obsesiva de una inquietante puerta de ladrillos negros.
Cuando Manuel empieza a notar el inusual comportamiento de su esposa, se siente desconcertado y preocupado. Sin saber a quién recurrir, decide pedir ayuda a Callahan (Guillermo Callahan), su leal amigo, y a Tere (Blanca Alarcón), la hermana de Altair. Juntos, se adentran en un intrigante laberinto de misterio y descubren que los oscuros eventos del pasado están regresando para atormentar el presente de la joven Altair. A medida que desentrañan los secretos enterrados, se ven envueltos en una trama en la que el tiempo parece no ser más que un ciclo interminable de consecuencias.
Siguiendo la idea de los diarios filmados de Jonas Mekas, aunque mucho más influenciado por el terror de los setenta (desde El exorcista de William Friedkin hasta La masacre de Texas de Tobe Hooper), Dryere recurre a las texturas de las imágenes granuladas para “viajar” en el tiempo y situar su relato en 1974 para aparentar que ese material se filmó en esa época y permaneció resguardado durante casi 50 años. El director acude, desde muy temprano, a un desconcertante diseño sonoro que juega con las certezas del espectador y que, además, funciona como la fuente primordial del horror incluso antes de que éste sea visible a los ojos.
El director construye muy sutilmente la evolución de los sonidos; estos paulatinamente se convierten en música, creada por Enrico Chapela, quien utilizó cortinas, vidrios, copas y otros objetos para alejarse de los instrumentos tradicionales. Posiblemente la manera en la que Dryere cocina su relato a fuego lento juegue en contra de aquel público ávido del horror como espectáculo; sin embargo, el delicado y pulcro uso de efectos visuales, así como su revelador final, son una recompensa para los ojos y mente del espectador.