Lo mejor es advertirles que hablaremos del desenlace de Halloween: La noche final, el cierre de la trilogía de David Gordon Green, antes de recibir reclamos. Para ser parte de la conversación de este fin de semana, Cinemex y Cinépolis tiene muchísimos horarios para ver el último enfrentamiento entre Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) y Michael Myers (James Jude Courtney), una relación abusiva que data de 1978 cuando comenzó de la mano de John Carpenter.
Como autor de este artículo de opinión, debo decir que Halloween es, por mucho, mi slasher favorito. Sostengo un arraigo con Michael desde hace muchos años. En la inexpresiva máscara que irradia diversas interpretaciones del mal desemboco muchas fantasías, traumas y oscuridad que socialmente no son bienvenidas ni me pasa por la mente hacer realidad. A diferencia de muchos fans, Halloween Kills me pareció grandiosa, mucho menos que la primera entrega de Gordon Green, Halloween, pero me atrapó.
En su intención por ser "compleja", David mostró cómo Michael es la pesadilla de toda la comunidad, no sólo de Laurie y sus parientes. Si bien el temor comunitario siempre ha estado implícito, Haddonfield siempre se mostró pasivo. Hasta el año pasado. Durante una noche, las armas trataron de oponerse a su boogeyman. Lo golpearon, le dispararon, lo tuvieron en el piso y fallaron, porque titubear para pegarle con un bat o siquiera acercarse lo reanimó antes de ser enviado al infierno.
El mínimo ápice de temor en los ojos elevaron su maldad lo suficiente para erigirse como la peor maldición del pueblo. Todos sucumbieron, hasta Karen (Judy Greer). Gordon Green mostró que el hombre puede ser un ente malvado cuyas acciones empeoran y alimentan el alma con cada víctima que dejamos en el camino. Ese es Michael. No es la fuerza sobrenatural que muchos imaginamos, sino un perpetrador que vive de nuestras pesadillas. Eso me fascinó de Halloween Kills.
Entonces me enfrenté, ansioso, a Halloween: La noche final y todo se fue al caño. Antes, amé cómo el director se burló de todos aquellos que siempre se quejaron de Michael como un ente sobrenatural e inmortal, mostrando que ya está viejo y la edad le impide sanar rápido. Lo compré. Después, empezó la contradicción. A Corey (Rohan Campbell) le tuvo clemencia. Me desesperó porque el mal no distingue, menos Michael, mucho menos detecta la maldad en los ojos de un similar. No, él mata a todos por igual.
En fin, pasó. Pero recuperé la fe al ver cómo la primera estocada, de tres, a la humanidad del abusivo compañero de Allyson (Andi Matichak) revitalizó a Michael. Esa muerte le dio nueva maldad para, ingénuo al pensarlo, salir a cazar a Laurie. Y me digo inocente porque unos minutos después la película terminó para mi. Corey, un personaje precipitado, encontró la fuerza sobrehumana de robarle la máscara y derribar a un supuesto Myers recuperado tras un par de brutales asesinatos. No cualquiera empala a una persona con un cuchillo de cocina.
Corey sí pudo. De su odio y minúscula anatomía, encontró la forma apenas forcejear levemente para derrotar a The Shape un ser que no merece ni un pronombre personal, como lo hizo Laurie al cambiar "él" por "eso", un detalle fantástico por parte de Gordon Green. ¿Me molestó que Michael muriera? No, en absoluto. Sin embargo, como todo fan de Halloween, esperaba que toda la película dedicara su atención a ellos dos, que Laurie llegará a los límites como "The final girl" y Michael tuviera una última noche de brujas infernal. Con Haddonfield completamente hundido en la oscuridad por su manifestación.
En fin, no creo que el trabajo de David, avalado por Carpenter, sea una porquería, porque disfruté la muerte del locutor de la radio, la caída del niño del inicio y, por mucho la mejor escena, el suicidio fingido de Laurie antes de meterle un par de balas a Corey, a quien deseé con toda mi fuerza la peor de las muertes. Pero no es lo esperado. Eso sí, esta franquicia está lejos de morir y lo dejó en claro la última página del libro de Laurie: "el mal sólo cambia de forma".