Señores en el Festival de cine de Cannes, por favor, saquen los shots de tequila y mezcal porque pocas veces van a presenciar a dos mexicanos de la talla de Guillermo del Toro y Gael García Bernal echarse un palomazo sentimental, de esos que entre amigos se escuchan en Garibaldi por pura felicidad o despecho, de un rolón de José Alfredo Jimenez, "Ella". Si esto no les define qué y quiénes somos los mexicanos, nada más lo hará.
"Me cansé de rogarle, me cansé de decirle que yo sin ella de pena muero", salió del ronco pecho del protagonista de Amores perros, después, al bajarle la auforia y bajo aparente pena, "Ok, ya está. Gracias", se disculpó. Los aplausos en la sala del Gran Teatro Lumiére se dejaron caer como si se tratara un homenaje a El Rey, al nuestro, al ídolo del ranchero no a Elvis Presley.
Gael pudo tener lo suficiente, no el dos veces ganador al Oscar por La forma del agua. Ya entrados en calor, con pura agüita, sin un trago de por medio, se arrancó con el resto de la canción: "¡Ay hijo de la chingada! Yo sentí que mi vida se perdía en un abismo profundo y negro como mi suerte. Quise hallar el olvido al estilo Jalisco, pero aquellos mariachis y aquel tequila, me hicieron llorar”. Y como él mismo cantó, al fin de Guadalajara.
La sala se deshizo en elogios, aplausos; mucha bulla para los dos mexicanos invitados a la noche que conmemoró la edición 75 del Festival de Cannes. Hey, y su público no fue cualquiera, porque Kristen Stewart, Jake Gyllenhaal y otros invitados estuvieron de público, de espectadores y testidos de ese dicho que dice "los mexas estamos en todos lados". Y sí, sí es cierto.
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