Lo bueno de Edgar Wright es lo fácil que puede burlarse de sí mismo y hacer una comedia negra para extender su autocrítica hacia la sociedad, como sucedió en Shaun of the Dead, cuyo chispazo surgió al avergonzarse de no haberse enterado de una de las peores crisis ganaderas de su país, en 2001 (cuando el brote de un misterioso virus afectó al ganado y obligó a gobiernos europeos a sacrificar miles de animales afectados). Así rindió un homenaje a la criatura mitificada por el maestro George A. Romero.
Después abandonar todo ese sarcasmo, escribió una película de horror psicológico, El Misterio de Soho, donde lo chusco brilla por su ausencia y es cambiado por varios elementos: viajes en el tiempo a través de los sueños; tenebrosas visiones en ojos de Eloise (Thomasin McKenzie); cientos de puñaladas en manos de Sandie (Anya Taylor-Joy) y una serie de crímenes por resolver, más de 60 años después, en las calles de Londres, Inglaterra.
El realizar ubicó su relato en la capital británica porque vivió ahí un tiempo, por ser el centro del entretenimiento y por la mala fama que tiene la ciudad en cuestión de tragedias, homicidios, feminicidios y controversiales muertes que han acontecido a lo largo de los años. Precisamente, Wright recurre al subgénero del slasher para fusionarlo con lo sobrenatural y ensombrecer mucho más la triste aura del sitio que, alguna vez, fue víctima de Jack El Destripador, asesino que inspiró a Alfred Hitchcock en The Lodger: A Story of a London Fog.
El psicópata creativo
Durante una entrevista otorgado a un diario de circulación nacional, el realizador subrayó que todos estos tétricos hechos amplifican el mito plasmado en su largometraje. Después de Jack, Dennis Nilsen, mejor conocido como 'El Asesino Amable', se queda con la medalla del monstruo que más miedo infundió en Londres, durante el periodo de 1978 y 1983. De acuerdo con el documental de Netflix, The Nilsen Tapes, el homicida estrangulaba, bañaba y vestía los cadáveres de sus víctimas por puro placer.
Eso si bien les iba porque, a veces, los sepultaba bajo el piso, los destazaba, echaba sus pedazos al inodoro y los reducía a cenizas en fogatas. Se le imputaron 15 muertes. Su historia también ha sido narrada en filmes como Cold Light of Day, de Fhiona Louise; y series de televisión, como Des, con David Tennant, la más conocida. Además de armar escenas con los cuerpos fríos de sus víctimas, solía practicar la necrofilia con alguno de ellos.
El asesino de las paradas de autobuses
El bastardo de Levi Bellfield se ofrecía a llevar en su van a mujeres que caminaban con dirección a tomar el autobús en paradas específicas, pero nunca llegaban. Él las estrangulaba, abusaba sexualmente de ellas y las aventaba a terrenos boscosos, como le ocurrió a Milly Dowler, en 2002, cuyo feminicidio le dejó caer una sentencia de tres cadenas perpétuas. Esto lo convirtió en el londinense más peligroso en el nuevo siglo. Violación, secuestro y asesinato le fueron imputados a este monstruo. Su historia fue adaptada en las series Manhunt y Making a Monster.
El destripador de Candem
Sobra decir en quién se inspiró el enfermo de Anthony Hardy, autor de los crueles asesinatos de las prostitutas Sally White, apuñalada en su cara y cuerpo; Elizabeth Valad y Bridgette MacClennan, ambas desmembradas con una motosierra. Arrojó sus restos en bolsas de basura. También tiene tres cadenas perpétuas desde su captura, en 2003. Sus crímenes inhumanos son narrados en The Hunt for the Camden Ripper por Juliet Stevenson.
El acosador nocturno de la E17
A Aman Vyas se le imputó y sentenció a 37 años de prisión por matar a Michelle Samaraweera, en 2009. La estranguló y violó al este de Londres donde, ese mismo año, se reportaron a las autoridades otros casos de abuso sexual y la presencia de un pervertido criminal en el vecindario de Walthamstow. Lo curioso es que su detención ocurrió apenas el año pasado; sin embargo, las autoridades británicas no dieron carpetazo como lo hubiera hecho el sistema de nuestro país. Aplauso para los británicos.
El hambriento Pete
En 1993, Pete Bryan mató a una mujer a martillazos en la cabeza y probó las partes del cerebro expuesto. Nueve años después, asesinó a uno de sus amigos, Brian Cherry. La policía reportó que cocinó parte de su masa encefálica con mantequilla, además de rebanarle las extremidades. Diagnosticado con esquizofrenia, ultimó finalmente a un compañero en el hospital psiquiátrico al que fue confinado. Luego, confesó que sólo le faltó comer de su carne para tranquilizarse.