Hay muchas lecturas que Dune, el libro de Frank Herbert ofrece para el lector empapado en la ciencia ficción o conocimientos en otras disciplinas, como la política, el poder y la religión. En la más reciente película de Denis Villeneuve, estos tópicos se tocan con ligereza pues, al ser el inicio de una trilogía presupuestada, el realizador optó por introducir al espectador (que llega en blanco a la ficción) a este universo desde cero, en el que dos familias buscan trascender en un mundo inhóspito, pero con un mineral necesario para la vida interplanetaria.
En dicho planeta, Arrakis, habita una raza endémica milenaria: Los Fremen. Los colonos nunca se dieron a la tarea de comprender toda su cultura, que implica misticismo, superstición y fuerza física; sin embargo, su sincretismo está fuertemente construido con base en la religión base de esta invención de Herbert: el credo Zensunni que, en la vida real, toma conceptos islámicos y budistas para su conformación.
Esta religión es la que las Bene Gesserit (sacerdotisas que disciplan sus sentimientos y mentes para ejercer poderes psíquicos entre sus adversarios) han propagado desde hace cientos de millones de años atrás, con la finalidad de preparar la llegada del Kwisatz Haderach, un oráculo mesiánico que lleve al universo a una era de plenitud al unir el pasado, presente y futuro bajo los poderes, designios y visiones de ‘El Elegido’.
Esto es lo que Los Fremen creen con ahínco; y además, le suman elementos propios de su cultura; como por ejemplo, que será una persona que llegue de otro planeta pero cuya formación se la dará el desierto; que éste hará que la vida florezca y paste en las llanuras que ocuparán las dunas desérticas y, sobre todas las cosas, que pueda domar a los Gusanos de Arena (o Shai-Hulud, en la lengua local), objeto de devoción de los locales, quienes los ven como una representación terrenal del Dios único. No sólo por sus dimensiones, sino también porque, gracias a ellos, la especie existe (pero eso es otra historia).
'Dune': La adaptación cancelada de Alejandro Jodorowsky con el pintor surrealista Salvador Dalí en el elencoTras hablar sobre la fe en Arrakis, hay que tocar otro tema importante en la antropología de esta sociedad extraterrestre: la muerte. Por cierto, acá viene un spoiler importante, así que, si no has visto la película, mejor sáltate esta parte. Paul Atreides (Timothée Chalamet) se bate en duelo con un lugareño quien se opone a que él y su madre embarazada, Lady Jessica (Rebecca Ferguson), se unan a su comunidad.
Paul resulta ganador del enfrentamiento; sin embargo, lo que ya no se explica es lo que conlleva su victoria. Para esta raza, el agua es más que vida ya que, al cohabitar en un clima extremo como lo es el desierto, éste es un elemento sagrado para ellos, por ello, todos los fluidos que secretan sus cuerpos los transforman en este elemento vital para su supervivencia.
Entonces, ¿qué ocurre cuando uno de los suyos mata a otro, en combate de honor? ¡El sobreviviente se queda con el agua del cadáver! Pese a que Los Fremen creen que el agua es para toda la tribu, éstos la ceden al victorioso y él puede canjearla como quiera, incluso comprometerla para cuando decida unir su vida con una pareja (pronto, esto adquirirá sentido en la saga fílmica, se los prometemos).
Pero si esto aún sigue sin quedarte claro, ¿será posible que Paul le dé su agua a Chani (Zendaya)? ¡Averígüemoslo juntos en Dune 2!