Todo va a estar bien, serie original de Netflix protagonizada por Flavio Medina y Lucía Uribe Bracho, se presta para discusiones eternas al cuestionar el matrimonio, las relaciones monógamas, los roles de género, las múltiples facetas que existen en las familias y las aspiraciones sociales, profesionales y políticas que nos persiguen. Pero aunque parecía que durante ocho episodios estábamos viendo la típica historia del dramático divorcio, el final de temporada nos sorprendió por el inesperado giro con el que los personajes cierran esta oscura faceta de sus vidas.
La historia sigue a Ruy (Flavio) y Julia (Lucía), una pareja que atraviesa un tormentoso divorcio y además pelea por la custodia de su hija en medio de un sistema que lo último que hace es favorecer a las familias mexicanas. Pero el gran acierto de esta serie recae en el director, Diego Luna (Rogue One: Una historia de Star Wars), quien se encargó de no contar una historia desde la perspectiva femenina o masculina, sino simplemente generar empatía por ambos padres, quienes son víctimas de todas las expectativas que la sociedad tiene de las relaciones de pareja y la familia.
Pero en el último episodio, después de que Andrea (Isabella Vásquez), la hija de Ruy y Julia, escapara de su casa como un acto de desesperación ante el tormentoso divorcio de sus padres, los protagonistas entran en un periodo de confusión y empiezan a revivir la química que alguna vez los unió. Así que después de una noche de copas, en donde también se encontraba el actual novio de Julia, Fausto (Pierre Louis), protagonizan un interesante trío, escena con la que el director nos tomó por sorpresa porque es lo último que esperábamos que sucediera.
Todo es risa y alegría hasta que la trama nos sitúa a finales del 2020 cuando apenas llegaban las primeras dosis de la vacuna contra el COVID 19 a la Ciudad de México. En las últimas secuencias, vemos a los personajes adaptándose a los estragos de la pandemia y después de un monólogo impartido por el personaje de Flavio Medina en donde destaca que el cambio no es bueno o malo, simplemente es, nos damos cuenta que Ruy, Julia, Andrea y Fausto rompieron todos los moldes de la familia clásica y aprendieron a vivir los cuatro en armonía durante el confinamiento.
Julia y Fausto ahora son pareja, pero Ruy sigue viviendo en la misma casa que ellos porque todos quieren ser parte de la vida de Andrea y además comparten la ideología de: es mejor que el amor nos diga cómo queremos vivir y no la sociedad. Los tres construyeron una familia en donde no existen los estereotipos y el matrimonio es mandato viejo, y a través de un pegajoso son, los protagonistas dejan claro que ellos decidieron con ganas, conciencia y sentimiento la forma en la que quieren vivir su vida en familia.
No obstante, la serie termina con Ruy, Julia, Fausto y Andrea parados frente a su casa, sorprendidos y decepcionados, por los grafitis que los vecinos pintaron en su puerta, acusándolos de pecadores y recalcando que la familia es sagrada. Entonces, aunque durante ocho episodios parecía que estábamos viendo la típica historia de un divorcio, en el último capítulo la trama se convierte en un triste retrato de la violencia e intolerancia que, lamentablemente, existe en la vida real cuando una pareja o una familia decide cuestionar los moldes que la sociedad y la iglesia nos inculcaron desde hace siglos, pues no todos están listos para aceptar que el amor viene en muchas formas.