A lo largo de la primera temporada se mencionaron unos cuantos políticos con fuertes lazos con el narcotráfico, sin dejar de mencionar altos mandos la policía nacional e incluso personas de las más altas esferas políticas de Estados Unidos que -bajo la mesa- recibían una serie de beneficios económicos gracias a los negocios ilegales de Miguel Ángel Félix Gallardo.
Sin embargo, el contexto histórico en nuestro país recibió una gran dosis de drama y se decidió por interconectar los intereses de Gallardo con el polémico expresidente de México, Carlos Salinas de Gortari, quien gobernó el país en el periodo de 1988 a 1994, justamente el periodo clave en el emporio del conocido Jefe de jefes.
Es lamentable seguir reconociéndolo, pero la historia política de México siempre ha estado ligada al narcotráfico y el periodo presidencial de Salinas de Gortari no fue la excepción. Al mismo tiempo Félix Gallardo encuentra una salida a muchos de sus problemas internos con la respuesta de la sociedad y el futuro del país en las elecciones presidenciales a las que Cuauhtémoc Cárdenas fue el candidato demócrata de contrapeso popular.
La decisión de Netflix por abordar estas aristas en las que el líder criminal, Félix Gallardo, decidió involucrarse por un bien económico, da mayor realismo y contexto histórico a la segunda temporada de Narcos: México; esto inmediatamente crea una conexión aún más fuerte e interesante -teníamos que decirlo-.
Esto último aporta al drama que insistimos, fue llevado en buenos términos por Diego Luna y compañía; además logra expandir el tablero de juego, en el cual Gallardo debía mover cuidadosamente sus fichas de juego, comprar a más políticos y si podía hacerse amigo comercial del futuro presidente, ¿qué mejor, cierto? Lamentable, pero cierto.
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