Observar las aves, escrito y dirigido por la cineasta Andrea Martínez Crowther (Cosas insignificantes), tiene un estilo de falso documental; retrata parte de la vida de Lena (Bea Aaronson), una académica diagnosticada con Alzheimer. Interesada por dejar un legado audiovisual debido a su enfermedad, empieza a tomar acciones y sin pedir permiso a nadie más se graba en su cotidianidad antes de perder la razón. Obviamente en algún punto necesita ayuda y es ahí cuando Andrea (personaje interpretado por la directora) interviene.
La cineasta México-canadiense está entusiasmada con su segunda cinta de ficción, un largometraje personal a primera vista y que profesionalmente le permite jugar con la realidad y la ficción: “Fue un rodaje completamente diferente a los que había hecho antes, precisamente porque el planteamiento de la película es utilizar el lenguaje documental -nos compartió la realizadora en una entrevista en exclusiva-. La película está filmada como si fuera un documental; no es un documental, pero utilizó elementos de ese lenguaje.”
Para Crowther esto fue una experiencia opuesta a la que tuvo con Cosas insignificantes, su ópera prima protagonizada por Bárbara Mori y producido ni más ni menos que por Guillermo del Toro. El sistema de trabajo fue distinto para ella en ese proyecto y después abordó el largo documental, en el que luce mucho más cómoda. Con Observar las aves pudo mezclar ambos aprendizajes y su estreno será en la octava edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos dentro de la Selección Oficial México Primero, que servirá indiscutiblemente como una gran ventana para que más gente se entere de su trabajo.
Para esta película requirió de un equipo muy pequeño; en el set se encontraban alrededor de seis personas, incluida ella y Bea: “Fue un rodaje súper íntimo; éramos un crew pequeño. Filmamos la cinta en el estudio de Bea, entonces pudimos crear todo el set y casi habitarlo y estar ahí todo el tiempo. Comíamos ahí, la señora que le ayuda a Bea a limpiar la casa nos cocinaba, es Rocío la que sale en la película…”
Acabó siendo como algo muy familiar e íntimo, muy cercano. Creo que eso es lo que la película requería, una cosa tan pequeña.
Algo que sucede al iniciar el filme es que te introduce a la vida de Lena de golpe, lo que magistralmente provoca la inmersión real del espectador, quien seguramente se pregunta si lo que está viendo es un testimonio verdadero o una ficción. Y es que se ve a Lena acomodando la cámara a su gusto, en el baño, en la sala, en su estudio, en la calle… por lo que pareciera que lo trazado es su propia experiencia y no un guion a seguir:
“En términos de libertad, si tenía un guion”, nos comenta la realizadora, “todo estaba escrito, pero se iba modificando. Al principio cuando conocí a Bea se modificó muchísimo. El hecho de que Lena fuera francesa, que Henry fuera pintor es porque Bea es pintora; todas las pinturas que salen en la película son de ella. Se modificó mucho el personaje con base en Bea...”
Ya al momento del rodaje es un juego entre la libertad y el rigor de lo que se requiere para la escena.
Interesante también es conocer cómo fue filmada la película, ya que Lena parece estar documentando todo a placer, pero esto no fue así del todo: “En términos de la cámara fue muy divertido, digo yo fotografíe casi todo, pero en un momento dado si se lo solté a Bea, a Mauricio, que fue el músico. En un momento dado él agarra la cámara y me encantó una toma que hizo con un zoom que hizo a Lena cuando está fumando. En ese sentido como que también hubo mucho juego.”
Cuando entran los momentos ficticios, en particular con las reacciones de los personajes que rodean a Lena, algo sucede que te saca de un empujón y entiendes que lo que estás viendo es una ficción jugando a ser documental: De pronto ves a Bea filmando a Andrea y viceversa; algo las une: la empatía, la melancolía y la soledad y un viaje personal se abre hacía dos aristas. Andrea nos compartió más sobre estos dos personajes y lo relevante de su alter ego para el viaje final de Bea en el filme:
Cuando estaba escribiendo el guion sabía que el personaje de Andrea era un personaje importante a pesar de que al principio empieza detrás de la cámara y es como una voz en off. Sabía que era un personaje desde que hace la primera llamada.
Y continuó: “Entonces creo que la cuestión fue cómo vas metiendo poco a poco ese personaje; en qué momento cruza al otro lado de la cámara. No eran decisiones arbitrarias que ahora va a aparecer la cineasta, era según el flujo de emociones que se iba plasmando en la historia, según la necesidad de poco a poco Lena requiere de Andrea y entonces Andrea, aunque no quiera, tiene que pasar del otro lado de la cámara para auxiliarla.”
Observar las aves se une a películas como Iris: recuerdos imborrables, Lejos de ella o Siempre Alice, en los cuales se ha explorado el amargo trago de un enfermo con Alzheimer. Para Andrea Martínez Crowther, su estreno en Los Cabos es una puerta para proyectos futuros y una manera de soltar algo en lo que lleva varios años trabajando y que por fin esta disposición del público: ‘’Me emociona mucho estrenar Observar las aves. Evidentemente es soltar el bebé y que la gente lo vea es emocionante porque al final de cuentas estamos haciendo películas para que se vean. A mí particularmente me emociona mucho Los Cabos, porque yo soy México-canadiense y de entrada creo que todas mis películas siempre tienen algo de ese rollo cultural que tengo yo, entonces me interesa mucho esta cuestión bicultural…
Quiero hacer una coproducción con Canadá para mi próxima película.
Curiosamente, un ingrediente fundamental para el surgimiento de Observar las aves fue el temor: “La película nace de un miedo muy fuerte que yo tenía de desarrollar el Alzheimer. Actuar, por ejemplo, me daba muchísimo miedo y ahora sólo me queda esperar que toque el corazón de las personas, que les llegue a la tripa, a la parte más íntima del espectador, pero ya no está en mis manos.”
La octava edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos se llevará a cabo del 13 al 17 de noviembre del 2019.