Hay cosas que marcan a un poblado, un estado, un país, pero sobre todo a una persona. Lalo es un chico normal, estudiante de secundaria, con anhelos típicos de la edad. Sin embargo, la rudeza de la vida lo alcanza temprano, ya que no pasa mucho tiempo para que comience a inmiscuirse en la tentación de una actividad ilegal, con buenos dividendos, pero con riesgos inminentes para la integridad: ser Huachicolero.
El nombre no es necesario explicarlo, ya que prácticamente todos en nuestro país están enterados sobre lo que ocurre en esta actividad: robar gasolina. A partir de esta premisa Edgar Nito plantea un drama cercano que no necesariamente se inclina a contar nuevamente lo más obvio, sino que lo enreda con un drama personal que contrasta con la inocencia de un chico, el máximo acierto de esta historia.
Y es que la premisa no es ser redundante, sino personal. Hablar de un problema mayúsculo que directa o indirectamente afecta a muchos pobladores del país y darle matices menos amarillistas y más reales, con elementos con los que muchos nos identificamos como tomar un frutsi al revés o tratar de ligarse a la chica bonita del salón; desde ahí el director comienza a ganar nuestra confianza y le hace ganar puntos al noble de Lalo. Tiró la carnada y la mordimos.
Tal como si estuviéramos viendo un coming-of-age que involucra actividad criminal (si están pensando en Goodfellas, les pasó lo mismo que a mí), nos encontramos ante el comienzo de una carrera prometedora como director, ya que de por sí el tema era polémico, peligroso y hasta incómodo por la posible censura, supo entrar por la pequeña grieta que separa a una trama pesada y hasta cruda de otra en la que empatizas con el protagonista y entiendes el porqué del asunto y las consecuencias.
Es verdad que a muchos les parecerá un retrato más de la desoladora realidad por la que atraviesan algunos habitantes de diversos poblados en nuestro país, pero lo cierto es que el cine está influido por las tendencias sociales más de lo que pensamos y es el reflejo de las situaciones que adolecen la cotidianidad. Si volteamos a ver las cintas de Luis Estrada nos damos cuenta que no estaba nada alejado de un panorama que pareciera absurdo, pero por desgracia no lo es.
Huachicolero tiene un objetivo que manipula a placer con la inocencia de la edad. Tiene pasajes crudos, aunque un punto de vista claro que lo convierten en un largometraje alejado de ser tendencioso. Una ópera prima que esperemos sea el comienzo de una nueva voz en nuestra cinematografía.