Tenía 13 años cuando murió mi abuela. Recuerdo perfecto ese día. Salí de la escuela y vi a mi padre esperándome afuera. Al verlo, inmediatamente lo supe. Caminé hasta donde estaba, me recosté en su pecho y lloré; lloré como nunca antes lo había hecho. Los siguientes días, semanas, meses estuvieron repletos de confusión y tristeza. ¿Cómo era posible que jamás volvería a verla? ¿Qué pasó con todo lo que hizo? ¿Valió la pena todo?
No podía quitarme de la cabeza tantos pensamientos ni del corazón tantos sentimientos. Todo mi cuerpo se sentía como un gigante nudo que, en unos años, se iría desenvolviendo poco a poco, gracias a libros, psicólogo y análisis.
Este fue mi primer contacto con la muerte. Dejarla ir fue un proceso muy largo y doloroso, y al lograrlo, cambió absolutamente mi manera de ver y entender la vida.
Dejar ir no es fácil.
Somos seres recolectores y acumuladores. Guardamos tickets por si acaso, cartas para recordar y pensamientos y sentimientos para no lastimar o salir lastimados. De ahí que la pérdida sea una de las situaciones más difíciles de superar para cualquier ser humano. Es una experiencia de la que, además, nadie se salva.
Una de las películas que mejor habla del duelo y de cómo encontrar la manera para seguir adelante, es Up: una aventura de altura, la gran película de Pixar, que nos muestra a la perfección lo que es cargar con una pena y cómo ésta puede llegar a afectar todo lo que nos rodea. Como le pasa a Carl, a quien la vida le juega una mala pasada cuando la muerte se lleva a Ellie, su compañera de toda la vida, y el queda solo, triste y viejo, en medio de un mundo que ya no comprende y que amenza con hacerlo a un lado.
Up: una aventura de altura quizá nos muestre una de las metáforas más acertadas y emotivas del cine, ya que durante hora y media, nuestro protagonista, Carl, carga literalmente su pena, en forma de la casa que compró con el amor de su vida, a quien no está listo para olvidar ni dejar ir los recuerdos que compartieron y que se representan en los objetos que hay dentro de su hogar. Es hasta que la vida de Russell corre peligro y encuentra que Ellie esperaba que tuviera nuevas aventuras, que decide dejar ir a la casa y comenzar de nuevo.
Mi padre pasó por el mismo proceso que Carl cuando murieron sus padres. Durante años, mantuvo una casa abandonada, repleta de grandes recuerdos. Cada tanto, iba para allá a podar el césped, limpiar los muebles y husmear por los cajones para ver qué encontraba. Cientos de fotografías e inútiles utensilios traía cada fin de semana. Tras varios años al fin decidió venderla. Fue algo maravilloso. Su tristeza se transformó en nostalgia y la nostalgia en felicidad. Cada que pensaba en ellos ya no caían lágrimas sino se formaban sonrisas.
Dejar ir es una de las cosas más difíciles pero más satisfactorias. Nos hace más fuertes. Crecemos y aprendemos. Disfrutamos más de la vida y de las pequeñas cosas.