Después de ser recibida con muy poco entusiasmosu en el Festival de Toronto, ayer se estrenó en Netflix Legítimo rey, la cinta en la que Chris Pine interpreta a Robert the Bruce, el rey de Escocia que se rebela contra el rey Eduardo I (Stephen Dillane) de Inglaterra tras la ejecución de William Wallace, aquel héroe incansable y de rostro pintado de azul que interpretara Mel Gibson en Corazón valiente en 1995. Legítimo rey se desarrolla durante el siglo XIV en Escocia y una de las grandes cualidades de la cinta es la precisión histórica de su ambientación, tanto en el vestuario y caracterización como en la forma en que retrata las costumbres y rituales de la sociedad de la época.
Con todo, el corte de Legítimo rey que ya podemos ver en Netflix es una versión 20 minutos más corta que la que se presentó en Toronto. El director de origen escocés, David Mackenzie, regresó a la sala de edición después de que la crítica mundial opinara que aunque las escenas de acción eran una joya de sangrientas batallas muy bien coreografiadas, era demasiado larga y presentaba giros y persecuciones que dañaban el ritmo y la estructura de la trama.
Quizá sea por eso que el mayor revuelo que Legítimo rey ha causado sea porque presenta en dos ocasiones al actor como Dios lo echó al mundo. La primera es una escena de sexo en la que llama la atención que Pine y su coestrella, Florence Pugh, muestran la misma cantidad de piel, acostumbrados como estamos a que sea la mujer la que más enseña.
La segunda es un desnudo frontal completo de Pine que sucede cuando su personaje sale de bañarse de un lago. No se emocionen, dura apenas unos cuantos segundos, pero ha sido suficiente para que todo el mundo hable de la película y la catalogue como revolucionaria en términos de equidad. Sin embargo, que esto sea lo que más llame la tención de una película épica, no es buena noticia.
