“Debes hablar sobre la verdad, la honestidad es la parte más importante. Si tu canción, tu pintura, tu película o tu chiste contiene verdad, entonces, es inmortal. Nunca envejece, nunca se pudre", esas son la palabras de Fran Healy, vocalista de Travis, cuando explica lo que hace única a una creación. Bueno, aquí va la verdad – mi verdad – sobre la decimosexta edición del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) y lo difícil que fue encontrar a un moreliano que fuera realmente fanático de Alfonso Cuarón y no un snob que buscara, únicamente, el autógrafo del siglo XXI, es decir, una selfie.
El clima en Morelia había estado fatal desde un inicio. Inundaciones y alfombras rojas empapadas por las lluvias torrenciales. Sin embargo, el miércoles 24 de octubre, el cielo se clareó. Fue como si el clima supiera que, en la llegada del cineasta más esperado del festival, nada podía fallar.
Aunque el Jardín de las Rosas de Morelia estaba, aparentemente, en total tranquilidad, una microesfera que habitaba dentro de éste corría de un lado para otro: los medios y organizadores del festival. Alfombras rojas, tuits al momento, levantamiento de material en video, sesiones fotográficas y largas filas para alcanzar boletos para la gran gala de Roma (sí, porque los que venimos a trabajar también tenemos derecho a ir al cine).
La gente comenzaba a llegar a los portales que se encuentran frente al Cinépolis del centro de Morelia, donde se llevaron a cabo las actividades más importantes del festival y todas las alfombras rojas de este año; en el 2017 se dividieron entre varios cines, la gala de Coco, por ejemplo, fue en Cinépolis Escala, un recinto mucho más grande. Chicos y grandes apartaban lugar en las alturas, esperando que no les lloviera como el domingo, cuando se inauguró la edición número 16 del FICM con El primer hombre en la Luna, de Damien Chazelle.
- ¿Son fanáticos de Cuarón? -pregunté a tres jóvenes que ya estaban en los portales.
Los tres se me quedaron viendo. Primero a mi gafete de prensa y luego a la cara, intentando adivinar si quería entrevistarlos o regalarles boletos para Roma.
- No, pero si tienes boletos para la película, tú dinos qué tenemos que decir.
- No tengo boletos, pero busco a un fan de Cuarón. ¿Conocen alguno?
Los amigos, que deben rondar los 18 o 20 años, se voltearon a ver un poco confundidos y dijeron que no conocían a nadie. “Conocemos a Cuarón pero tampoco somos así fans, pero ahorita preguntamos a nuestros compas” y empezaron a presionar las teclas de sus celulares con rapidez. Me alejé y seguí en la búsqueda del fanático moreliano de Cuarón. Spoiler: no había. Pero yo, siendo una optimista de las historias, creí que tal vez estaba buscando demasiado temprano. Después de todo, aunque la alfombra de Chazelle se llenó desde unas horas antes, había sido porque cayó en fin de semana.
- ¿Ustedes llevan la seguridad de la alfombra roja? -pregunté a 4 hombres vestidos de negro que tenían una cara menos amigable que la mía después de 5 días de cobertura.
- Sí, ¿por qué?
Les expliqué lo que ya había explicado a los jóvenes de los portales. La respuesta, tan esperada como dolorosa: “no, la verdad es que ninguno se ha acercado”. Quiero pensar que mi cara de desesperación desencadenó el siguiente acto de la historia. El menos amigable de los trajeados se acercó a mí y dijo: “ven, te voy a decir cómo los puedes identificar”. Deslizó el cordón que impedía el paso a la alfombra roja y me hizo seguirlo por ésta mientras iba señalando los lugares en los que más tarde, según él, se postrarían los fanáticos para no moverse en toda la noche.
- Siempre están al filo de los portales. Aunque no son de prensa, traen unos tripiés enormes para sacarle foto a sus ídolos. Yo ya vi a algunos, por aquí deben estar.
Luego de varios minutos pensé que ya tenía mi historia, hasta que se me ocurrió ver la cara de confusión del hombre alto y con cabello relamido hacia atrás: “qué extraño, pues no hay nadie”. Salimos de la alfombra roja y fuimos un poco más lejos.
- ¿Algún fanático ha hecho algo muy loco por un famoso? -pregunté saboreando la información que se avecinaba. Lamentablemente, mi fuente era difícil de roer. El trajeado me vio por encima de su hombro.
- ¡Uy sí! Muchas veces, hasta me han llegado a sobornar.
Pensé que era una serendipia hasta que el guardia no quiso revelarme nada porque se dio cuenta que, desde hacía varios minutos, lo seguía con mi grabadora en mano. “No puedo decir nada porque perdería mi trabajo”, mencionó. Lo abandoné y seguí caminando por Morelia. Muchos jóvenes iban caminando hacia el Jardín de las Rosas, por lo que supuse que había una prepa o universidad cerca. Entré a la Preparatoria 1 Colegio de San Nicolás en Morelia, donde algunos conocían al cineasta por Harry Potter y el prisionero de Azkaban y otros de plano sentían que les hablaba en chino.
- ¿Y ese quién es?
- Pues, el cineasta mexicano que va a presentar su película en el festival. ¿No lo conocen?
- No, amiga, quién sabe de quién estás hablando -rieron un poco avergonzados.
- ¿Les gusta el festival? -pregunté para entender de dónde venía la animadversión de estos adolescentes.
- Pues sí pero mira, de por sí Morelia es un caos, con todo esto se pone peor. El 31 hacemos altares y ofrendas, pero después del festival ya nadie regresa a la ciudad, prefieren irse a Pátzcuaro. El detalle es que la gente solo acude a Morelia por el festival y lo que no saben es que hay un trasfondo cultural de día de muertos que dejan en el olvido -contestó el más ecuánime de los adolescentes.
Regresé a los portales sin una historia todavía porque, al parecer, en Morelia solo la prensa era fanática del director mexicano. Poco después llegó el momento más esperado: Alfonso Cuarón puso un pie en la alfombra roja y Morelia enloqueció. “¡Eres un orgullo para México!”, “¡Te amamos, Cuarón!” “¡Cuarón, Cuarón, Cuarón!” Las vallas que rodeaban la alfombra soportaron el peso de las personas que, emocionadas, alzaban sus brazos a Cuarón, intentando lograr una selfie, un autógrafo o, simplemente, tocar su mano.
El paso de Cuarón era lento, se tomaba el tiempo suficiente para atender a la prensa y a los que habían acudido a la gala de Roma. Cuando terminó de atender a los medios, el galardonado cineasta entró al recinto de Cinépolis para presentar la que es considerada su obra maestra. Diez o quince minutos después de que casi todos habían abandonado los portales y la alfombra, Cuarón salió del cine, caminó de nuevo por el pasillo rojo y se tomó más selfies con los que permanecían de pie. En medio del tumulto algo llamó mi atención, era un dibujo que alguien había hecho de Cuarón; era como estar viendo una fotografía en blanco y negro. Era exacto y era bellísimo, además, ¡tenía el autógrafo del cineasta! El retrato era de Juan Pablo García Fuentes, un chico alto y delgado de 17 años. ¡Por fin un fanático en todo Morelia!
- Me gusta Cuarón desde hace varios años. En Cuarón encuentro decisión, esta película que acaba de hacer no cualquiera la haría, no a todos los cineastas les llega el momento -contestó muy tranquilo Juan Pablo, como si su cineasta favorito no acabara de autografiar su retrato.
- ¿Te gustaría estudiar cine?
- Sí, pero siento que es complicado aquí en México. También me gustaría estudiar animación. Mi hermana igual quiere estudiar cine pero, no sé, es que es muy difícil aquí.
La película favorita de Juan Pablo es Gravedad, por la que fue galardonado Cuarón en Hollywood, y cuando se enteró que el director iba a venir a Morelia “fue muy emocionante. Le dije a una amiga que me acompañara porque ella es muy fan de El laberinto del fauno (de la que Cuarón es productor) pero es que estamos en semana de exámenes”. Juan Pablo tardó poco más de dos semanas en terminar el retrato de su ídolo y llegó unos 30 minutos antes de que comenzara la alfombra roja para alcanzar buen lugar. Cuando terminó de responder a mis preguntas, el joven artista siguió su camino, recién convertido en una celebridad: la gente se acercaba para pedirle fotos mientras sostenía en alto el dibujo, y uno que otro medio se acerco a avorazar la historia que yo había encontrado. Gajes del oficio, supongo.
Aunque Juan Pablo tenía exámenes al día siguiente, arriesgó su calificación para ver a Alfonso Cuarón, mientras que yo, por mi parte, dormí en un hotel que parecía higiénico pero resultó ser un hotel con chinches, y todo por estar presente en un momento que podría pasar a la historia del cine mexicano. ¡Lo que uno hace por Cuarón!