En la sociedad latinoamericana actual, ser viejo podría ser una de las peores cosas que te puede pasar en la vida: no sólo tu cuerpo y tus capacidades se debilitan, sino que las personas de tu entorno comienzan a decirte qué hacer, cómo y cuándo (así sea con todo el amor). Esta, es básicamente la propuesta de la directora costarricense Hilda Hidalgo, mejor conocida como la cineasta a la que Gabriel García Márquez otorgó los derechos para llevar a la pantalla grande una de las adaptaciones de sus novelas, como fue Del amor y otros demonios (2009).
En su segundo largometraje, la directora nos presenta a Violeta (Eugenia Chaverri), una mujer de 72 años, divorciada y con hijos adultos que ya formaron su propia familia. Vive sola y tranquila en casa, va a misa, cuida de su jardín, y ocasionalmente, recibe visitas de sus amigas. Un día, pese a la sorpresa y a las negativas de todos, decide aprender a nadar y emprender su propio negocio. Esto, iniciará una travesía que nos muestra a los espectadores un desconocido reflejo de nosotros mismos: solemos sobreproteger -y poner trabas- a las personas de la tercera edad, considerándolos inferiores, cuando posiblemente, apesar de su envejecimiento físico, tienen un espíritu joven e inquieto.
Violeta, también está en su derecho a disfrutar de ella misma, de su libertad.
El actor mexicano Gustavo Sánchez Parra, también participa como el entrenador de natación de Violeta, en un papel muy distinto a los de villano donde le habíamos visto en películas recientes como La dictadura perfecta (2014) y La delgada línea amarilla (2015).
Violeta al fin, es una coproducción México-Costa Rica y fue estrenada en nuestro país un día despúes del día de las madres, posiblemente porque está inspirada en la propia progenitora de Hilda Hidalgo. La película continúa esta semana en cartelera.