En medio de tantas series largas y complejas que abundan en el catálogo de Netflix, hay una joya breve, intensa y emocional que ha capturado nuevamente la atención de los usuarios. Se trata de El tiempo que te doy, una producción española compuesta por diez episodios de tan solo trece minutos cada uno. Su brevedad no es una limitación, sino parte de su propuesta narrativa única: un viaje emocional contado con delicadeza y creatividad.
La miniserie, protagonizada por Nadia de Santiago y Álvaro Cervantes, retrata la ruptura de Lina y Nico, una pareja cuya historia de amor se desmorona. Pero lo interesante no es solo lo que se cuenta, sino cómo se cuenta: cada episodio dedica un minuto menos al pasado y un minuto más al presente. Así, el espectador es testigo de cómo Lina pasa de revivir recuerdos dolorosos a reconstruirse en el ahora, un reflejo sutil pero poderoso del proceso de sanar tras una pérdida amorosa.

¿Por qué ‘El tiempo que te doy’ de Netflix es ideal para esta tarde?
Si bien es cierto que no es innovadora, su estructura narrativa traduce de forma visual y emocional el acto de superar una relación. A medida que los minutos del pasado disminuyen, también lo hace el peso de la memoria. Nico, cada vez más ausente en pantalla, simboliza la forma en que el tiempo va diluyendo las heridas y permitiendo que la protagonista mire hacia adelante.
El tiempo que te doy también destaca por su sensibilidad al explorar las emociones que surgen tras una ruptura. La negación, la rabia, la tristeza y la aceptación están presentes sin caer en clichés, y lo hacen con una sutileza que permite al espectador identificarse con Lina. Además, el formato breve de cada capítulo convierte a la serie en una suerte de poema visual sobre el duelo amoroso, fácil de maratonear pero difícil de olvidar.

La historia funciona casi como una película fragmentada, en la que cada episodio aporta una pieza emocional al rompecabezas. La serie logra transmitir mucho en poco tiempo, gracias al cuidado guion y a las interpretaciones sólidas de sus protagonistas. No hay grandes discursos ni escenas sobreactuadas; todo se siente íntimo, contenido y profundamente humano.
El final de la serie, lejos de ofrecer una conclusión cerrada, deja espacio para la reflexión. No se trata de un cierre convencional, sino de una invitación al espectador para que se coloque en los zapatos de Lina y decida por sí mismo qué hacer con esa historia. Esta ambigüedad final no es un defecto, sino una elección coherente con todo lo que la serie propone: entender que cada proceso de sanación es personal, impredecible y único.