Pocas películas resultan tan innovadoras en la historia del cine como Rashomon, la obra maestra de Akira Kurosawa estrenada en 1950. Su impacto se sintió a nivel mundial, especialmente después de su presentación en el Festival de Venecia en 1951, donde cautivó a la crítica internacional y abrió las puertas del cine japonés a Occidente. Esta joya no solo transformó la carrera de su director, sino que también revolucionó la narrativa cinematográfica, influenciando a generaciones de cineastas.
Ambientada en el Japón del siglo VIII, Rashomon relata un crimen desde distintas perspectivas: la del bandido acusado, la viuda del samurái asesinado, el propio samurái (a través de una médium), y un leñador que fue testigo del hecho. La historia se construye a partir de los relatos contradictorios de estos personajes, y todo ocurre mientras un monje, el leñador y un viajero reflexionan bajo la lluvia, refugiados en una antigua puerta de la ciudad de Kioto. La trama, aparentemente simple, esconde una complejidad narrativa que rompió con los esquemas convencionales de su época.

Kurosawa y la revolución del punto de vista en la pantalla
El gran mérito de Rashomon está en su estructura: cuatro versiones distintas del mismo evento, narradas con absoluta subjetividad. Cada relato se convierte en una ventana al alma del narrador, cuyas emociones, recuerdos y motivaciones modifican radicalmente lo sucedido. La película desafía la noción de verdad objetiva y plantea una pregunta fundamental: ¿es posible conocer la realidad cuando cada mirada es distinta?
La cámara de Kurosawa juega un papel crucial en este juego de percepciones. Al colocar a los testigos mirando directamente al lente, el director convierte al espectador en juez, obligándolo a decidir por sí mismo qué versión cree. La fotografía, la iluminación cambiante y los planos secuencia refuerzan esta experiencia ambigua e inmersiva. Así, el público no solo observa la historia, sino que participa activamente en su interpretación.

El éxito de Rashomon no solo transformó la vida de Kurosawa, también catapultó al actor Toshirô Mifune al estrellato internacional. Mifune, quien se convirtió en el rostro recurrente del cine japonés clásico, colaboró con el director en títulos legendarios como Los siete samuráis, Yojimbo y Kagemusha. La película también fue determinante para que Hollywood reconociera la calidad del cine extranjero, lo que llevó años más tarde a la creación de la categoría de “Mejor Película en Lengua Extranjera” en los Premios Oscar.
Desde su estreno, muchas películas han adoptado lo que se conoce como el “efecto Rashomon”: una técnica narrativa basada en relatos contradictorios e inverificables. Ejemplos contemporáneos incluyen Sospechosos comunes de Bryan Singer y Pulp Fiction de Quentin Tarantino, ambas obras que juegan con el tiempo, la perspectiva y la verdad, llevando el legado de Kurosawa a nuevas generaciones.