En el mundo del cine, existen películas que desafían las normas tradicionales de duración y narrativa, creando experiencias únicas e inolvidables. Sátántangó, del director húngaro Béla Tarr, es una de ellas. Con una duración de 7 horas y 20 minutos, este filme ha sido descrito como "el Everest del cine moderno", un reto tanto para los espectadores como para la industria. Adaptada de la novela homónima de László Krasznahorkai, la película es un profundo estudio sobre el tiempo, la desesperanza y la descomposición social en la Hungría postcomunista.
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La paciencia del espectador ante una de las mejores películas de la historia
La historia sigue a un grupo de aldeanos en una granja colectiva en ruinas, quienes esperan recibir un pago final antes de abandonar el lugar. Sin embargo, su frágil estabilidad se ve perturbada cuando Irimiás, un antiguo habitante al que creían muerto, regresa con promesas de un futuro mejor. A través de un ritmo deliberadamente lento y tomas que superan los diez minutos de duración, Béla Tarr sumerge al espectador en un ambiente de desolación y fatalismo, donde la esperanza es solo una ilusión pasajera.
El impacto visual de Sátántangó es innegable. Filmada en un majestuoso blanco y negro en 35mm, la película hace uso de largas tomas y movimientos de cámara hipnóticos que refuerzan su atmósfera opresiva. La influencia del cineasta soviético Andrei Tarkovsky es evidente en la manera en que el tiempo se convierte en un elemento narrativo fundamental. Como señaló Paul Schrader, el guionista de Taxi Driver, en su estudio sobre cine trascendental, en películas como esta, el tiempo no es solo un medio, sino el objetivo mismo de la obra.
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El enfoque casi experimental de Tarr convierte a Sátántangó en un referente del llamado "slow cinema" o cine contemplativo, un estilo que enfatiza la contemplación y la espera. La película apenas cuenta con 150 planos en total, lo que permite que cada imagen tenga un peso significativo. Escenas aparentemente triviales, como una mujer barriendo una habitación o un hombre caminando bajo la lluvia, se convierten en símbolos de la monotonía y la desesperanza que define a los personajes.
La duración extrema de la película no es un simple capricho, sino un elemento esencial para transmitir su mensaje. La historia de estos campesinos atrapados en un ciclo de miseria y engaño refleja la imposibilidad de escapar de su destino. Irimiás, con su aura casi mesiánica, representa la esperanza vana de cambio, pero su regreso solo perpetúa la misma estructura de opresión y desesperación. En este sentido, el tiempo en Sátántangó no solo avanza, sino que pesa sobre los personajes, sofocándolos lentamente.
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A pesar de su dificultad, la película ha sido reconocida como una obra maestra del cine contemporáneo. En 2012, Sátántangó fue nombrada la 36ª mejor película de todos los tiempos en la prestigiosa encuesta de críticos de Sight & Sound, y en 2019 recibió una restauración en 4K que permitió su reestreno en cines de todo el mundo. Para muchos, es una experiencia cinematográfica que trasciende la simple visualización, convirtiéndose en un viaje absorbente e hipnótico.
Aunque Béla Tarr ha expresado que su obra debe verse en una sola sesión con un intermedio, algunos cines optaron por dividirla en tres partes para hacerla más accesible. Aun así, la magnitud de Sátántangó sigue siendo un reto para cualquier espectador. No es una película fácil, ni pretende serlo, pero quienes se sumergen en su mundo difícilmente olvidarán la sensación de haber sido testigos de algo monumental.