En 1915, el cine vivió una revolución técnica y artística con el estreno de El nacimiento de una nación, dirigida por D.W. Griffith. Esta obra monumental no solo marcó un antes y un después en la manera de hacer cine, sino que también desató una polémica que sigue vigente 110 años después. Con 18 mil extras, 3 mil caballos y una duración de 195 minutos, el filme narró los eventos de la Guerra Civil y la Reconstrucción en Estados Unidos desde una perspectiva profundamente racista, glorificando a la organización Ku Klux Klan. Su impacto fue tal que se convirtió en la primera película proyectada en la Casa Blanca y en una herramienta de propaganda para la revitalización de esa organización.
El filme que redefinió el cine y avivó los prejuicios raciales
El filme introdujo técnicas cinematográficas innovadoras como planos angulares, movimientos de cámara dinámicos y una edición que construía tensión narrativa de forma inédita. Estas contribuciones sentaron las bases del lenguaje cinematográfico, consolidando el cine como un medio artístico serio. Sin embargo, este logro técnico se vio empañado por un mensaje ideológico que incitó violencia racial y reforzó estereotipos dañinos sobre la población afroamericana. El propio Griffith justificó su visión en su siguiente proyecto, Intolerancia (1916), considerado por algunos críticos como un intento de redimir su reputación.
A pesar de su infame contenido, el poder narrativo de Griffith no puede ignorarse. Las interpretaciones de Henry B. Walthall como Ben Cameron, fundador ficticio del Klan, y Josephine Crowell como la madre de Ben, son ejemplos de una dirección actoral excepcional. Griffith capturó momentos íntimos que humanizaban a sus personajes blancos mientras deshumanizaba completamente a los afroamericanos, reduciéndolos a caricaturas. Este contraste entre maestría técnica y prejuicio ideológico es lo que hace que la película siga siendo objeto de estudio y controversia.
El nacimiento de una nación también brilló en su representación visual de momentos históricos. Escenas como la rendición de Robert E. Lee en Appomattox muestran una atención al detalle y un uso del lenguaje visual que eludía la necesidad de intertítulos para transmitir emociones complejas. Estas cualidades artísticas hacen evidente el talento de Griffith, pero también resaltan cómo su visión fue distorsionada por sus prejuicios.
El impacto cultural de la película fue inmediato y duradero. Provocó disturbios raciales en varias ciudades y racionalizó la segregación legal y los linchamientos en los Estados Unidos. Además, su influencia perduró como una herramienta de reclutamiento del Ku Klux Klan, que usó el filme durante décadas para promover su ideología, tal como lo retrata Spike Lee en su espléndida película Blackkklansman. David Duke, líder del Klan, proyectaba la película en reuniones, reforzando el vínculo entre el cine y la propaganda.
A pesar de su legado tóxico, la película también plantea preguntas sobre cómo separar el arte de su creador. Mientras algunos argumentan que su innovación técnica justifica su lugar en la historia del cine, otros insisten en que su mensaje racista no puede ser pasado por alto. Este dilema convierte a El nacimiento de una nación en un objeto de estudio indispensable para comprender cómo el cine puede reflejar y perpetuar los prejuicios de una sociedad.