El cine de terror ha utilizado durante décadas la distorsión física para crear personajes inquietantes y memorables. Freddy Krueger, creado por Wes Craven en Pesadilla en la calle del infierno, con su rostro quemado y desgarrado, es un ejemplo icónico de cómo una apariencia grotesca puede amplificar el horror y el miedo. Del mismo modo, el maquillaje cadavérico de Samara en El aro de Hideo Nakata y el aterrador rostro de la anciana en El resplandor de Stanley Kubrick son muestras de cómo el género se nutre de la deformidad para transmitir una sensación de peligro y repulsión.
Más allá de la distorsión, la exageración de ciertos rasgos también ha sido una herramienta efectiva para sembrar el miedo. Pennywise de It, con sus ojos que se desvían y su boca grotescamente abierta, aterroriza no sólo por su sonrisa macabra sino también por su expresión antinatural. Otro ejemplo es el vampiro de Nosferatu, cuya delgadez extrema y colmillos exagerados lo hicieron un símbolo del horror. El uso de una mirada que nunca parpadea, como la de Michael Myers en Halloween de John Carpenter, refuerza la sensación de que algo monstruoso acecha bajo la superficie.
Por otro lado, la ausencia o carencia de ciertos rasgos ha servido para dar vida a figuras perturbadoras. El ejemplo más notorio es el de Hellraiser, donde Pinhead tiene clavos clavados en su cabeza y una piel pálida, desprovista de expresión humana, que lo convierte en una amenaza de otro mundo. Otro caso es el de los cenobitas que, con bocas mutiladas o sin ojos, nos enfrentan a un miedo visceral e inhumano. La niña de El exorcista, con su voz distorsionada y sus ojos sin alma, simboliza una ausencia de pureza que resuena en las pesadillas.
La repugnante dentadura de Art the Clown: un detalle que multiplica el horror
Art the Clown, protagonista de la franquicia Terrifier, es una suma de estas fórmulas terroríficas: un payaso sin voz que irradia maldad pura. Su cara blanca y pintada contrasta con manchas de sangre, mientras su vestimenta de payaso parece burlarse de cualquier noción de inocencia. Los detalles repulsivos de su apariencia, como los ojos oscuros y la sonrisa perpetua, lo han convertido en uno de los personajes más aterradores del cine contemporáneo. Pero uno de sus rasgos más notables son sus dientes podridos, un detalle que añade a su figura un toque adicional de asco y amenaza.
Los dientes de Art no son simplemente un detalle visual al azar. Como ha revelado el creador Damien Leone, esos dientes son en realidad un juego de dentaduras de acrílico moldeadas para ajustarse sobre los dientes reales del actor David Howard Thornton. Thornton bromea sobre tener una higiene dental mucho mejor que la de su personaje, pero el propósito detrás de estos dientes podridos es claro: resaltar la repugnancia y el aura de peligro de Art. Un rostro tan pálido y perturbador necesitaba detalles que hicieran que el público sintiera un rechazo físico.
Leone también ha explicado que, a propósito del reciente estreno de Terrifier 3, los dientes podridos de Art son fundamentales para reforzar la imagen de un ser vil y desquiciado. La suciedad y el deterioro dental no solo provocan repulsión, sino que sugieren que Art es una criatura más allá de las reglas humanas de higiene o cuidado personal. Todo en su figura apunta a la decadencia y al caos, desde la ropa manchada hasta su expresión demente. Los dientes podridos son, entonces, un símbolo de su naturaleza corrupta y violenta, que subraya su conexión con lo oscuro y lo impuro.
Es fascinante pensar cómo un solo detalle, como los dientes podridos, puede tener un impacto tan fuerte en la percepción de un personaje. En un género donde la apariencia lo es todo, cada decisión estética ayuda a construir la atmósfera de horror. La elección de mostrar a Art con dientes podridos no solo amplifica su apariencia grotesca, sino que también lo establece como una amenaza que parece irremediablemente sucia y peligrosa, un villano que vive para sembrar terror.