Gracias a una atractiva campaña de marketing y al reconocimiento generado por sus trabajos previos, Longlegs: Coleccionista de almas, la cuarta película del guionista y director de terror Osgood Perkins, generó expectativas mucho antes de llegar a los cines con críticas excepcionales debido a su sencilla pero intrigante premisa (con la agente del FBI interpretada por Maika Monroe en busca del asesino en serie depravado interpretado por Nicolas Cage).
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Si Longlegs se presenta como un thriller criminal que descompone y reconstruye el género a través de un ritmo meticuloso y sombrío, su segunda película, Soy la bonita criatura que vive en esta casa, distribuida por Netflix en 2016, adopta la apariencia de una historia de casas embrujadas pero desafía todas las expectativas de ese subgénero.
Soy la bonita criatura que vive en esta casa es un ejercicio en la creación de un terror estilístico y una atmósfera inquietante. Perkins opta por evocar el miedo a través de sensaciones, renunciando a los sustos tradicionales y las narrativas lineales. La película se convierte en una especie de poema gótico que explora cómo la muerte afecta a los vivos y cómo el trauma impregna un lugar, transformando los "bellos objetos" típicos del cine de terror en sujetos que nos miran directamente, aunque también sucumben a su morbosa necesidad de contemplar lo macabro.
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La historia sigue el último año de vida de Lily Saylor (Ruth Wilson), una enfermera de cuidados paliativos, cuya muerte se anuncia desde el principio. Cuando Lily entra en la casa de Iris Blum (Paula Prentiss), una anciana novelista de terror, declara que no llegará a su próximo cumpleaños. Así, se descartan las esperanzas de un desenlace heroico y se confirma que la casa está embrujada, pues ha sido marcada por la muerte.
Perkins extiende los 87 minutos de la película en un ambiente de constante desasosiego, jugando con las expectativas del espectador. La película se desarrolla en una atmósfera que recuerda a Shirley Jackson y The Innocents, pero con un enfoque al estilo de David Lynch. Perkins utiliza la soledad y el terror que proviene de la imaginación descontrolada para generar un miedo profundo y persistente, mientras seguimos a Lily por la casa.
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La muerte y su impacto son temas centrales en la narrativa. Para Perkins, la muerte es un depredador que ronda la casa, manifestándose en manchas de moho y en una presencia invisible que acecha los pasillos vacíos. La cinematografía de Julie Kirkwood refuerza esta sensación de inquietud con ángulos inusuales que dejan espacio para lo desconocido o encierran a Lily en marcos claustrofóbicos, utilizando la cámara para generar una constante tensión.
El sonido y los elementos visuales también juegan un papel crucial: pasos inidentificables, murmullos demoníacos y la voz distorsionada de Lily narrando desde el más allá. Estas técnicas crean un ambiente profundamente inquietante, en el que el propósito del fantasma o de la casa misma nunca se revela completamente, dejando al espectador en constante incertidumbre.
