Dejar el mundo atrás, basada en la novela homónima de 2020 de Rumaan Alam, sigue la historia de la familia Sandford (interpretada por Julia Roberts, Ethan Hawke, Charlie Evans y Farrah Mackenzie) que alquila una lujosa casa en Long Island para tomar unos días de descanso, pero al poco tiempo reciben la visita inesperado de los verdaderos dueños, los Scott (Mahershala Ali y Myha'la Herrold), quienes piden pasar la noche bajo el mismo techo.
El director Sam Esmail cocina a fuego lento el tono enigmático y siniestro de la película, y uno de los ingredientes que emplea para construir ese tono es a través de cambios sutiles y sobre todo los simbolismos de los elementos visuales. Además de la casa como una representación de un microcosmos social, las pinturas que cuelgan en las paredes y los murales que decoran las habitaciones poseen un significado relevante y reflejan la sensación de caos creciente.
La renombrada coleccionista y curadora Racquel Chevremonte y el diseñador David Schlesinger (que ha trabajado en las franquicias de Knives Out y John Wick) eligieron piezas de artistas negros legendarios, incluidos Glenn Ligon, Torkwase Dyson y Julie Mehretu, para decorar la casa y enfatizar que los Scott son los dueños del espacio lujoso y reconfortante.
Cuando el arte habla: El papel crucial de las pinturas en 'Dejar el mundo atrás'
En la sala, tres pinturas del artista Glenn Ligon aumentan silenciosamente la ansiedad desde su lugar en la pared como signos de un desastre inminente. Lo curioso es que conforme avanza el relato, en la misma pared vemos un cuadro distinto. En los primeros momentos de su estancia en la casa de alquiler, la pieza de Ligon recuerda a un monitor Holter que indica un ritmo cardíaco regular mientras la familia se encuentra relativamente cómoda.
Cuando reconocen la posibilidad de un ciberataque, el caos en la pintura aumenta y se combina con la estática de los televisores apagados para crear una sensación de sala de control que ha perdido toda señal. Finalmente, conforme se avecina la sensación de destrucción inminente y pérdida total de conexión con el mundo exterior, la versión final de la pintura de Ligon es la más frenética y caótica de todas.
Chevremonte y Schlesinger emplearon una astuta estrategia para intensificar la atmósfera de ansiedad a lo largo de la progresión de la película, extendiendo su ingenio a otro espacio clave dentro de la casa. En este caso, decidieron manipular visualmente uno de los dormitorios, revistiéndolo con un papel pintado que representa un paisaje marino. Esta elección estética, aparentemente inocua al principio, se convirtió en un poderoso dispositivo narrativo.
En un principio, el paisaje marino transmitía calma con olas relativamente tranquilas y un cielo despejado que ocupaba gran parte de la visión. Sin embargo, a medida que se desarrollaba la trama, la representación artística del mar se transformaba de manera simbólica. Las olas, al principio apacibles, evolucionan gradualmente hacia alturas imponentes que se alzaban sobre la cama, insinuando una inminente sensación de perdición.
Finalmente, las olas asumen una naturaleza violenta y poderosa, encapsulando visualmente la creciente intensidad de la narrativa y sirviendo como metáfora visual del desenlace catastrófico que se avecina. Este uso meticuloso del arte en el espacio interior no solo cumplía una función estética, sino que también se erigía como un recurso narrativo para amplificar la tensión emocional y sumergir al espectador en la inquietante evolución de los acontecimientos.