No hay nada más aterrador que no tener a dónde huir. Ya sea que un asesino trastornado quede suelto en un edificio cerrado o fuerzas como fantasmas o extraterrestres quieran consumir a una víctima indefensa, a las películas les encanta encerrar a las personas en un lugar solitario. Esta estrategia resulta efectiva porque mantiene al público alerta mientras observa a Shelley Duvall en El resplandor, Daniel Kaluuya en Get Out, Naomi Watts en Funny Games y Domhnall Gleeson en Ex-Machina encontrar una manera de escapar de sus captores.
No obstante, antes de explorar la desesperación e impotencia de sus personajes ante el horror del inminente fin del mundo, el director Sam Esmail construye con paciencia y dedicación el simbolismo coherente y efectivo de las locaciones y escenarios en su más reciente película, Dejar el mundo atrás, para mostrar cómo una lujosa casa de vacaciones representa un microcosmos de la sociedad donde la desconfianza hacia el otro se percibe no sólo en los diálogos, sino también en la puesta en escena y la composición visual.
El simbolismo de las paredes azules en 'Dejar el mundo atrás'
En la escena inicial conocemos el espacio que habita el matrimonio protagonista, los Sandford (interpretados por Ethan Hawke y Julia Roberts). Durante el amanecer, cuando Clay apenas está despertando, aparece Amanda empacando sus maletas para avisar que esa misma mañana partirán a una casa junto a la playa para tomar unos días de descanso. Los planos abiertos permiten ver el abundante azul de las paredes, mientras que un primer plano de ella permite vislumbrar que los marcos de las ventanas tienen esa misma tonalidad.
La cinematografía de Tod Campbell (Stranger Things) está dominada por los tonos azules. La habitación de los Sandford es azul, su auto es azul, incluso la habitación de su propiedad alquilada es azul, con interiores hechos para parecerse al océano, así que cuando se desploman en la cama para pasar la noche, casi se siente como si se estuvieran sumergiendo en agua, como un fatídico presagio. Incluso, cuando recién descansan en su nueva habitación, la pared que contiene el intenso oleaje del mar los cobija.
El tiempo idílico de Amanda y su familia se ve interrumpido cuando dos extraños llaman a la puerta en medio de la noche. Se trata de G. H. Scott (Mahershala Ali) y su hija Ruth Scott (Myha’la Herrold), los dueños del recinto. A pesar de ello, Amanda los ve como intrusos intrigantes y su presencia desencadena una tensión hostil entre las familias.
Estratificación social y tensión racial a partir de las habitaciones de la casa
Antes de la llegada de los auténticos propietarios, Dejar el mundo atrás encarna ese lánguido espacio de verano donde los minutos se mueven plácida y activamente y, antes de que te des cuenta, ya transcurrió gran parte del día. Después de la llegada de G. H. y Ruth, el tiempo se ralentiza y, como ocurre en caso de emergencia, los segundos parecen minutos. Además de la incomodidad inherente de que el propietario y el inquilino coexistan repentinamente bajo el mismo techo, la película aborda de frente algunos de los problemas sociales más complejos de la vida estadounidense moderna: clase y raza.
El personaje de Julia Roberts expone su angustia y rabia, dejando entrever algunos prejuicios contra las personas de color, ya que es extremadamente grosera con los Scott. Mientras G.H. es diplomático, su hija lanza comentarios sarcásticos y odia abiertamente la actitud condescendiente de Amanda y se pregunta si los Sandford les pedirán que laven la ropa. Si no fuera por el amplio diálogo de Amanda al inicio del filme donde expresa su odio hacia toda la gente, se podría pensar que es una supremacista blanca.
Los elementos físicos de la casa, como las diferentes áreas de estar, las habitaciones y las comodidades, actúan como símbolos de la estratificación social. La representación de dormitorios lujosos frente a habitaciones más modestas dentro de la misma casa puede simbolizar la brecha económica entre clases sociales. Aunque técnicamente son los invitados en la situación, los Sandford ocupan principalmente el piso superior, mientras que los Scott (los propietarios) son relegados a un dormitorio en el sótano: ciudadanos de segunda clase en su propia casa.
De esta forma, el espacio físico se convierte en un laboratorio social donde las reacciones de los personajes a la crisis reflejan las respuestas más amplias de la sociedad ante eventos inesperados. Las tensiones, el miedo y la incertidumbre que surgen en la casa encapsulan los aspectos más oscuros y ansiosos de la sociedad cuando se enfrenta a desafíos imprevistos. Por ejemplo, la desconfianza mutua y la búsqueda de seguridad individual por parte de los personajes pueden ser interpretadas como manifestaciones de la ansiedad colectiva y la fragilidad de las estructuras sociales en situaciones de crisis.