Desde la mirada clínica y empática de Tatiana Huezo en Tempestad, que aborda la injusticia y la problemática condición de las personas desaparecidas, hasta las consecuencias devastadoras de formar parte del ejército en Heroico de David Zonana, y pasando por la violencia escolar y el acoso en Después de Lucía de Michel Franco, el panorama cinematográfico mexicano del siglo XXI se ha distinguido por cuestionar y retratar de manera impactante la violencia en México.
Cada una de estas obras, junto con las impactantes Sin señas particulares, La paloma y el lobo y El norte sobre el vacío, no solo expone la violencia de manera cruda, sino que también profundiza en sus raíces sociales, políticas y económicas. Estas películas no se limitan a mostrar la brutalidad, sino que ofrecen una mirada enriquecedora y matizada, proporcionando una perspectiva profunda y reflexiva sobre la complejidad de la realidad mexicana.
En este contexto se inscribe una destacada película del año 2016. Dirigida por Amat Escalante, La región salvaje se centra en Alejandra (Ruth Ramos), una mujer que vive en una pequeña localidad del estado de Guanajuato con su marido Ángel (Jesús Meza) y sus dos pequeños hijos. Es una familia aparentemente normal con una vida tranquila. Pero detrás de la fachada, se ocultan la hipocresía, la insatisfacción, las relaciones secretas y, desde luego, los distintos tipos de violencias.
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El hermano de Alejandra, Fabián (Edén Villavicencio), trabaja en un hospital como enfermero y un día debe atender la grave herida de una misteriosa y fascinante joven llamada Verónica (Simone Bucio). Ella persuade a Fabián, y después a Alejandra, para que visite una cabaña aislada en el bosque donde habita un misterio, algo que no pertenece a este mundo –como sugiere la primera imagen de la película, la de un meteorito– que podría ser la solución a sus problemas.
¿Qué representa el intrigante monstruo en ‘La región salvaje’?
La introducción de una extraña criatura con ecos al body horror y la ciencia ficción de David Cronenberg y John Carpenter, pero que también recuerdan a la bestia de Andrzej Żuławski en Possession y al pulpo de El sueño de la esposa del pescador del artista japonés Hokusai, funciona para que el director supere el riguroso y áspero realismo que había caracterizado sus filmes anteriores: Heli y Sangre.
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Sin embargo, este elemento monstruoso no desentona y, por el contrario, funciona como una metáfora que acompaña magistralmente este nuevo viaje de Escalante (que recientemente presentó su nueva película, Perdidos en la noche, en el Festival de Morelia) al interior de las zonas rurales y de la violencia que se vive en México, manifestando así un pleno interés en temas de carácter social. Dentro de esa ‘región salvaje’ se generan múltiples reflexiones en torno a la desigualdad social, la negación de la diversidad sexual, la discriminación, la homofobia y el abuso que se ejerce contra la mujer.
