La violencia ocular tiene una larga trayectoria en el arte, los mitos y las leyendas. Por ejemplo, en la mitología nórdica, Odín, el tuerto, era el Padre de Todo (tal como lo encarna Anthony Hopkins en Thor de Kenneth Branagh), supremo entre los dioses y los hombres, pero aun así buscaba constantemente más sabiduría. Bajó al Pozo de la Sabiduría custodiado por Mimir el sabio, para pedirle un trago, y cuando Mimir respondió que debía pagarlo con uno de sus ojos, el dios aceptó.
En su Diccionario de símbolos, J.E. Cirlot escribe que "la posesión de dos ojos transmite normalidad física y su equivalente espiritual", y que si bien la pérdida de un ojo transmite anormalidad, también puede "conducir a algo curativo o creativo, a la apertura de la clarividencia, al 'tercer ojo', a la 'visión interior', o bien a la conciencia transpersonal". De hecho, estas son las cualidades que posee el silencioso guerrero "One Eye", interpretado por Mads Mikkelsen, en Valhalla Rising de Nicolas Winding Refn.
La historia de Edipo es bien conocida, y la descripción de su autocegamiento en Edipo Rey de Sófocles es uno de los más apasionantes en la historia de la literatura. Después de descubrir que había matado a su padre Layo y se había casado con su madre Yocasta, Edipo encuentra el cuerpo ahorcado de Yocasta después de su suicidio. Para no ver tanto sufrimiento, toma alfileres y broches de oro y los hunde en sus ojos. Cabe destacar que los espectadores de la obra teatral no ven esta acción sino sólo el resultado cuando Edipo posteriormente reaparece en el escenario con sangre goteando de las cuencas de sus ojos.
Desde la infame secuencia de los escalones de Odessa en El acorazado Potemkin de Sergei Eisenstein (que termina con la imagen del ojo derecho de una mujer disparado a través de sus gafas) hasta la trampa introductoria en Saw X: El juego del miedo de Kevin Greutert (donde los ojos de un custodio de hospital están conectados a mangueras que amenazan con absorberlos), la destrucción cinematográfica del ojo se ha vuelto sorprendentemente icónica debido a su efecto visceral sobre el estado físico del espectador de cine, así como su efecto sobre sus deseos simbólicos o fetichistas.
Después de todo, el ojo es necesario para ser espectador, y la pérdida del ojo en pantalla crea la pérdida comprensiva del estatus de la audiencia como espectadores y, más importante, la pérdida de su capacidad de disfrutar de su condición voyerista. Al explotar el malestar y el disgusto naturales producidos por este tipo de imágenes y luego situarlos dentro de un marco estético y psicoanalítico, el cine de terror brinda un escaparate visual para un tipo específico de violencia inspirada el prólogo de Un perro andaluz de Luis Buñuel y Salvador Dalí.
La película de apenas 16 minutos de duración, estrenada en 1929, comienza con una de las secuencias más inquietantes de la historia del cine. Una toma de un hombre mirando la luna a través de la ventana y luego el rostro en primer plano de una joven con los ojos muy abiertos. Después, en una serie de planos alternos, la atmósfera se vuelve sombría y amenazante. Una nube se mueve hacia la luna, al mismo tiempo que una navaja se aproxima hacia un ojo. Mientras la nube corta la luna, la navaja corta el ojo. El también director de Los olvidados y El ángel exterminador nos obliga a romper nuestras cómodas ilusiones y destruir nuestra forma habitual de mirar las cosas.
Las imágenes que muestra la secuencia inicial parecen realizar lo que el poeta francés Antonin Artaud había pedido: "Todavía tenemos que lograr una película con situaciones puramente visuales cuyo dramatismo provenga de un shock diseñado para los ojos, un shock dibujado, por así decirlo, desde la sustancia misma de nuestra visión y no desde circunloquios psicológicos de carácter discursivo que no son más que el equivalente visual de un texto".
Buñuel impide así que el espectador siga mirando pasivamente la película. La escena condiciona al espectador a prepararse para una nueva agresión y obliga físicamente al espectador a adoptar una actitud activa frente a la pantalla. Además, el plano subjetivo del hombre que mira a la cámara lo sitúa en la misma posición que el espectador que mira la película en la oscuridad de la sala de cine. De esta manera, el espectador se convierte en sujeto y objeto de la acción: alguien que mira el ojo cortado, alguien cuyo ojo está cortado y alguien que corta el ojo.
Esta red entrelazada de asociaciones e identificaciones creada por Buñuel ha sido retomada en la violencia gráfica de las representaciones cinematográficas contemporáneas. Un caso recurrente es la filmografía del danés Winding Refn. En El demonio neón, un globo ocular canibalizado es regurgitado durante el fatídico desenlace de la modelo Gigi (Bella Heathcote); en Drive, protagonizada por Ryan Gosling, hay una famosa escena de cena que presenta un tortuoso asesinato que involucra tenedores y ojos; en Sólo dios perdona, una secuencia gráfica de tortura cita directamente el famoso globo ocular cortado en Un perro andaluz; y en Too Old to Die Young, el ojo de cristal del justiciero Viggo (John Hawkes) es tragado por su madre en una escena cuya memoria cinematográfica recuerda al estilizado ojo de cristal de La montaña sagrada de Alejandro Jodorowsky.
Pero desde Un perro andaluz no ha habido una representación tan gráfica de la mutilación ocular como la infame escena de Zombie 2. En 1979, Lucio Fulci impresionó al público internacional con el ojo inquebrantable de su cámara. En esta famosa escena, la actriz Olga Karlatos es atacada por un zombi que, después de tomarla por la cabeza, coloca lenta y minuciosamente la punta de una astilla en su ojo derecho, evidenciando así que esta larga tradición de la mutilación de los ojos es una herramienta potente para desencadenar el miedo visceral en el espectador.
Al mutilarlos, se ataca directamente esta sensación de vulnerabilidad y se instaura un estado de terror que va más allá del mero aspecto físico. La idea de perder la vista o de ver alterada nuestra visión de manera extrema despierta una sensación de indefensión y desamparo que resuena profundamente en el público, haciendo que la experiencia sea aún más angustiante y aterradora. La anatomía delicada y compleja del ojo, combinada con su significado simbólico, convierte esta forma de mutilación en una de las más visualmente impactantes en el cine.