A lo largo de los años, la representación de las posesiones demoníacas y los exorcismos han dejado de ser simples anécdotas para instaurarse como un subgénero del horror. Desde El exorcista de William Friedkin hasta El conjuro de James Wan, pasando por El exorcismo de Emily Rose de Scott Derrickson, los poseídos generalmente tienen el mismo aspecto: cabezas retorciéndose, rostros haciendo muecas de agonía, bocas siseando con vapor, cuerpos contorsionándose y huesos vibrando hasta la médula mientras la víctima lucha contra una fuerza maligna e intrusiva.
Saint Maud, dirigida por la británica Rose Glass, emerge como una obra sobresaliente en el género del terror al desafiar las convenciones de la representación de la posesión y el exorcismo. En lugar de recurrir a los habituales tropos sobrenaturales, la película nos sumerge en un exorcismo mucho más terrenal y carnal, explorando las profundidades psicológicas de sus personajes con una perturbadora dosis de violencia. Este enfoque audaz y provocador no solo añade una capa de realismo inquietante, sino que también desencadena una experiencia visceral que deja una impresión duradera en el espectador.
La película, protagonizada por Morfydd Clark (a quien recordamos en su papel de Galadriel en la serie Los anillos del poder), se centra en Maud, una enfermera joven, solitaria, tímida y recatada que, después de una tragedia traumática, decide convertirse al cristianismo como método de expiación, pero también para convencerse de que fue puesta en esta tierra para cumplir un propósito trascendental. Incluso, en repetidas ocasiones, la protagonista, que vive en la ciudad costera de Scarborough, habla con Dios.
La joven es contratada para trabajar como la cuidadora personal de Amanda (Jennifer Ehle), una coreógrafa que se encuentra postrada en cama con una grave enfermedad degenerativa. La personalidad libertina de la enferma contrasta con la fe recatada de la enfermera. Es el choque de dos opuestos; estamos frente al estatismo de la creyente frente al libertinaje de la exbailarina.
El delirio de santidad de Maud es tan poderoso que a menudo queda atrapada en un rictus orgásmico mientras el espíritu santo fluye a través de ella, como una auténtica posesión. Esas perturbaciones de Maud hacen que la joven vea a Amanda como un demonio, una encarnación del diablo que la joven debe derrotar si quiere volver a gozar del favor de Dios.
'Saint Maud' representa un exorcismo de modo visceral y terrenal
Aunque vestida con bata blanca y portando rosario y crucifijo, Maud confronta a Amanda, pero sin recurrir al exorcismo tradicional (que hemos visto tantas veces en películas como La luz del diablo, Exorcismo en el Vaticano y Los rostros del diablo). La joven mata a la enferma a puñaladas. Cuando la cámara muestra el cadáver de Amanda en su totalidad, no se ve ningún demonio, sino una mujer con una enfermedad terminal muerta con un par de tijeras en el cuello.
A la mañana siguiente, frente a la playa, Maud ejecuta su acto final: se prende fuego para alcanzar a Dios. Los testigos se apresuran frenéticamente para intentar salvarla, pero desde su perspectiva, ella los ve como sujetos arrodillados que alaban su sufrimiento y sacrificio, mientras dos alas de ángel aparecen en su espalda. Durante un primer plano muy breve, que dura apenas un segundo, se muestra el rostro ardiente de Maud, gritando de agonía, antes de que comiencen a aparecer los créditos finales.