Durante el primer semestre del 2023, títulos como Evil Dead Rise: El Despertar, Infinity Pool, Scream 6 y Háblame demostraron que el género de terror se encuentra en uno de sus mejores momentos de los últimos años. Y para felicidad de los fanáticos todo parece indicar que la racha continúa con la llegada a los cines mexicanos del largometraje de terror de Corazón Films, Toc, Toc, Toc: el sonido del mal, protagonizado por Lizzy Caplan y Antony Starr, este último mejor conocido por su papel de Homelander en la serie de Amazon Prime Video, The Boys.
Dirigida por Samuel Bodin, esta producción sigue a Peter (Woody Norman), un niño de ocho años con problemas, cuya vida se parece mucho al comienzo de un triste cuento de hadas. Vive con sus padres, Mark (Starr) y Carol (Caplan), en una grande y antigua casa que parece carecer de muchos lujos, comodidades o tecnología. Sus padres mantienen un huerto de calabazas, que parece ser lo único a lo que se dedican. Y cuando Peter causa problemas, lo encierran en el sótano. Al ser un claro marginado social, la vida en el colegio tampoco es nada sencilla, convirtiéndose en víctima del acoso de sus compañeros.
A tan solo una semana de vísperas de Halloween, la vida de Peter se complica aún más cuando comienza a escuchar ruidos provenientes de la pared. Lo que despierta la irá de sus propios padres, ya que piensan que todo es producto de la imaginación infantil. Sin embargo, cuando los golpes nocturnos se convierten en el sonido de la voz de una niña, Peter comienza a sospechar que no todo lo que sus padres le han dicho es verdad.
Con un estilo muy parecido a El conjuro y Hereditary, Toc Toc Toc: el sonido del mal da una primera impresión de tener todo lo necesario para convertirse en una de las mejores propuestas del año, sin embargo, los tres actos de los que parece estar compuesta esta historia terminan ofreciendo un producto divertido y terrorífico, pero que no termina de convencer con su desenlace. Si bien ofrece situaciones genuinamente impactantes y de lo más espantosas, otras parecen bastante contradictorias, que termina ofreciendo las mismas situaciones clásicas de clichés del terror.
Aunque la estética al estilo de las películas de Laurie Strode y Michael Myers es bastante cuidada, tanto que te hace desear haberla visto en un cine repleto el 31 de octubre; el guión de Chris Thomas Devlin nunca termina desarrollando varios momentos de la trama, simplemente plantea situaciones a las que jamás vuelve, lo que le quita cierto encanto.
En los primeros dos actos del largometraje, el director juega con la idea de una familia disfuncional que tiene horribles habilidades crianza y te obliga a mantenerte expectante y ver cómo el pequeño de 8 años podrá liberarse de la situación. Y con lo antes mencionado, no logramos tener claro si los padres son villanos o un simple matrimonio que no sabe cómo comunicar el amor que sienten por su hijo.
Desde la primera escena de la película, Peter es despertado por el sonido de los golpes en la pared de su habitación, pero en tan solo 10 minutos, esos golpes terminan convirtiéndose en la voz de una niña. De igual manera, no pasa mucho tiempo para que la maestra sustituta, la señorita Devine, establezca una conexión inquebrantable con el pequeño de ocho años, al grado que termina enfrentándose a los padres de su alumno. Este es otro ejemplo de la deficiencia de ciertos actos de la película, careciendo de una base o una razón de ser.
Por su parte, Lizzy Caplan y Antony Starr hacen un trabajo notable al interpretar a los desquiciados Mark y Carol, padres presentes cuyas profesiones o historias no importan más allá de cómo crían a un hijo aterrorizado y constantemente golpeado por la vida. Starr abandona por completo su interpretación de Homelander, ofreciendo una fachada del padre perfecto lo bastante terrorífico que nos hace desear volver a verlo en este tipo de papeles.
Mientras Caplan presenta a una madre asustadiza y con facultades mentales que solo nos hace recordar a esos papeles muy al estilo de progenitoras sacadas de historias de Stephen King como Cementerio de Mascotas o Misery. Ambas actuaciones, funcionan para dar una falsa pista de lo que realmente el público descubrirá detrás de las paredes del terrorífico hogar, y le dan todas las armas a Woody Norman para ofrecer una actuación creíble de un niño que intenta escapar de los maltratos psicológicos de sus propios progenitores y de las voces que lo aterrorizan en las noches.
Y llegando al tercer acto, la trama termina girando hacia otro tipo de horror por completo, cambiando abruptamente el miedo palpable de un niño cuyos padres pueden ser secretamente siniestros por una película más del montón. Sin razón aparente y con un ritmo desagradable, el guión termina llenándose de terribles diálogos que no tienen sentido con los primeros dos tercios de la película.
El cambio radical de ritmo termina apegándose a los sustos ordinarios del género, muy parecido a lo ocurrido en Boogeyman: Tu miedo es real, terminando con un ente escalofriante que parece una mezcla entre Samara de El Aro y una mala versión de un ser de Evil Dead Rise, y que te saca de la atmósfera previamente creada, debido a sus terribles efectos especiales.
Más allá de la desconcertante decisión de convertirla en un estreno de verano -no por nada su paso en Estados Unidos terminó enterrada entre estrenos como Oppenheimer y Barbie- la obra de Bodin termina convirtiéndose en un experimento que sobresalta por su primicia espeluznante sobre traumas infantiles y hogares rotos, pero fallando al momento de lograr un cierre digno.
Aunque no ofrece nada que no hayamos visto antes en el cine de terror, su elenco y valores de producción son lo suficientemente buenos para hacerla una digna película de fin de semana que continúa con la racha ya establecida para el género en este año.