Desde Peter Sellers en Dr. Insólito o cómo aprendí a no preocuparme y amar la bomba (dirigida por Stanley Kubrick en 1964) hasta Tom Hardy en Leyenda (sobre los los gemelos mafiosos Reggie y Ronnie Kray), pasando por Nicolas Cage en El ladrón de orquídeas (donde encarna al guionista Charlie Kaufman y su hermano Donald), hay actores que siempre se esfuerzan por impulsarse hacia nuevos territorios, y ¿qué mejor manera de demostrar la versatilidad que retratar múltiples personajes en la misma película?
Es todo un desafío, que puede resultar en una admirable hazaña si esto se ejecuta de manera convincente para que la audiencia lo acepte. Y esto es precisamente lo que logra el actor mexicano Damián Alcázar al interpretar a los hermanos Rosendo, Ambrosio y Regino en ¡Que viva México!, una crítica social sobre la polarización de la sociedad mexicana, que actualmente se encuentra en las salas de Cinépolis y Cinemex.
Dirigida por Luis Estrada, la película retoma algunas de las reflexiones planteadas por el escritor Octavio Paz en El laberinto de la soledad para esbozar los rasgos de "la mexicanidad". Mediante el uso de un humor carnavalesco, exacerbado y caricaturesco, el también director de Un mundo maravilloso recupera un vasto catálogo de expresiones, actitudes y comportamientos del mexicano que termina por revelarse como un ser contradictorio (porque en palabra se muestra solidario; en pensamiento desea el fracaso del otro; y en obra decide esperar que alguien más lo haga o termina por hacerlo de último momento).
Precisamente, al tratar de definir qué es lo mexicano, Estrada recupera tres ejes centrales que han influido en la formación de la identidad mexicana moderna, al menos desde finales del siglo XIX hasta nuestros días en pleno siglo XXI. Y estos tres factores son interpretados de manera elocuente por Damián Alcázar, quien da vida a los hermanos Rosendo, Ambrosio y Regino.
El también actor de Chicogrande y Asesino del olvido aparece por primera vez en el relato de Estrada como Rosendo, padre del joven protagonista (Alfonso Herrera). El hombre vive en el recóndito pueblo duranguense de La Prosperidad en compañía de una docena de hijos haraganes y unos cuantos nietos más que sólo se dedican al juego y el alboroto. Este personaje, al ser un minero en decadencia, representa los ideales de una industria mexicana que rápidamente fue absorbida y devorada por las corporaciones estadounidenses y canadienses. De ahí cobra sentido que el personaje está sumido en las promesas del pasado y se construye, para sí mismo, una ficción sobre excavar para conseguir el ansiado oro que lo saque de pobre. Y mientras esto pasa sólo alimenta su resentimiento contra el resto de la sociedad que trata de adaptarse a las condiciones del capitalismo.
El segundo personaje de Alcázar es Ambrosio, el sacerdote de la pequeña comunidad. Con la indumentaria eclesiástica, amanerado en sus gestos y sin ocultar su fascinación por los niños, Ambrosio simboliza, en primer grado, la doble moral de la iglesia católica mexicana y, en segundo plano, la atadura de los mexicanos a las tradiciones que de la religión se derivan. Ambrosio es el catolicismo institucional, donde importa más cumplir con los diezmos, los ritos y los rezos para alcanzar el cielo, que un comportamiento auténticamente ético. Incluso, Alcázar ya había interpretado a otro miembro de la iglesia, el padre Natalio Pérez, en El crimen del padre, aunque en el filme de Carlos Carrera se trata de un sacerdote liberal.
Finalmente, el tercero de los hermanos es Regino, el presidente municipal de La Prosperidad. Alcázar reúne lo peor de algunos de sus personajes de antaño (el gobernador Carmelo Vargas de La dictadura perfecta, el presidente municipal Juan Vargas de La ley de Herodes y del narcotraficante Benny de El infierno) para interpretar a un ambicioso y corrupto alcalde que se ha tragado todo el cuento de la Cuarta Transformación dedicándose a repetir el discurso de su guía espiritual y moral, Andrés Manuel López Obrador, sobre "el fin de la corrupción", cuando en realidad siguen operando, como bien lo alude el personaje de Alfonso Herrera hacia el final de la película, con las mismas mañas del pasado.