M. Night Shyamalan es un director que amas o detestas. Sin más. Llaman a la puerta, su nueva obra en paralelo con el final de su serie Servant, es un thriller espeluznante basado en la novela, La cabaña en el fin del mundo, del literato Paul G. Tremblay, que nos ubica a la mitad de un bosque donde una pareja gay, Eric (Jonathan Groff) y Andrew (Ben Aldridge) pasan unas tranquilas vacaciones al lado de su pequeña niña Wen (Kristen Cui), hasta que Leonard (Dave Bautista), Redmond (Rupert Grint), Adriane (Abby Quinn) y Sabrina (Nikki Amuka-Bird) aparecen para solicitar su sacrificio voluntario y así evitar el apocalípsis.
Shyamalan sabe cómo construir la tensión con sus películas, lo hizo con Viejos, de Gael García Bernal, y repite en esta adaptación de un libro de ciencia ficción con ayuda de su elenco, en especial del exintegrante de los Guardianes de la Galaxia, el hilo conductor a través de la narrativa. Sus decisiones, diálogos, acciones y temple nos mantienen pendientes a lo largo del desarrollo, confirmando que el libreto fue escrito estrictamente para enaltecer a su personaje. No vamos a soltar spoilers, sólo todo superficial para que puedan ir a Cinemex y Cinépolis a sus funciones programadas.
Y si retrocedemos a la obra de Shyamalan, es una constante. Mel Gibson lo hace increíble en Señales, Bruce Willis en El sexto sentido y, más recientemente, Nell Tiger Free, en Servant. Como si se tratara de una novela de Milan Kundera o Stephen King, el rey va moviendo a sus peones a complacencia, hasta que llega el momento de castigarlos y no siente simpatía alguna por estos. En un thriller u horror, lo inmisericorde se agradece, siendo una forma de incomodar al espectador, generarle ansiedad y mucho misterio.
En Llaman a la puerta, el simple toque de madera, lo logra. Al principio, Shyamalan nos hace pensar que todo se trata de un crimen de odio, uno homofóbico; el desempeño de Bautista, incrédulo, sostiene la teoría, hasta que llega la primer señal apocalíptica. Y en la segunda, es entonces cuando el filme comienza a llenarse de tintes bíblicos, mitología hindú y rasgos culturales que siempre destacan en la filmografía del realizador. En ese momento, la película decae, se vuelve predecible y nos mantenemos al borde sólo por Bautista y el tan esperado giro del apodado "rey de los plot twist".
Nunca llega. Al menos no de la forma que habríamos querido, cayendo en el mismo pecado de Viejos: un desenlace romántico que en absoluto empata con el suspenso mantenido a lo largo de más de 60 minutos. Shyamalan, un hombre de rectos valores familiares, parece que tiene límites cuando del núcleo en casa se trata, ahí se termina la oscuridad de su imaginación. Llaman a la puerta nunca es incorrecta, siempre mantiene ese mensaje del sacrificio por el bien común hasta el último minuto y cada muerte, en ese sentido, cumple un sentido bastante cursi, incluso la excepcional fotografía de Jarin Blaschke (El faro) complementa la intención.
Este largometraje plantea que el cineasta hindú jamás llegará a extremos con su cine y pese a que estemos seguros de estar frente a su obra cumbre, siempre habrá alguna piedra en el camino perfect, en su caso, los finales. Llaman a la puerta y Viejos, sin duda, podemos ubicarlas en alguna categoría de las cintas con peores finales que arruinan el excelente desarrollo. Y si podemos rescatar algo, Bautista (Knives Out: Glass Onion) y la pequeña Kristen Cui son los que mantienen viva esta cinta, al menos hasta que su presencia lo solicita o Shyamalan no titubeó.