Considerado en el imaginario colectivo como un cuento de hadas debido a la versión animada de Disney de 1940, Pinocho ha llamado la atención de cineastas y productores a lo largo de las décadas. Tan sólo en los últimos años aparecieron tres adaptaciones del relato de Carlo Collodi, incluyendo la obra italiana de Matteo Garrone, el live-action de Robert Zemeckis y Tom Hanks, y finalmente la animación stop-motion de Guillermo del Toro.
Con excepción de la versión del autor mexicano (también director de El laberinto del fauno y La forma del agua), la mayoría de las adaptaciones modernas intentan emular o mejorar la preciada película de Disney. Sin embargo, hay una película de Pinocho que se destaca del resto, precisamente porque logra alejarse a kilómetros de distancia de lo que uno podría imaginar cuando piensa en la marioneta que anhela con ser un niño de verdad.
Estrenada en 1991, 964 Pinocchio es una película de terror japonesa del director Shozin Fukui. Esta peculiar y extraña adaptación presenta al personaje principal no como una marioneta de madera, sino como un androide sexual, diseñado en una fábrica pero expulsado al mundo real cuando no es capaz de cumplir con el rigor de máquina que se le exige.
Con la memoria borrada y sus funciones motoras inestables, Pinocho cae por casualidad al cuidado de una amnésica sin hogar llamada Himiko, quien lo ayuda a recuperar su sentido de la humanidad. Mientras tanto, la reinvención de Geppetto, como un científico loco, envía mercenarios para recuperar y destruir al robot humanoide, sabiendo que un mal funcionamiento podría convertir a Pinocho en una amenaza letal si logra la autoconciencia.
La película es tan visualmente escandalosa como narrativamente extraña. Es ante todo una película de terror corporal, emblemática del J-Horror de la década de los 90 acompañando dignamente a Tetsuo: The Iron Man de Shinya Tsukamoto, El aro de Hideo Nakata, La maldición de Takashi Shimizu y Cure de Kiyoshi Kurosawa, entre otras.
Gran parte de 964 Pinocho es muy gráfica. Además de algunas escenas pornográficas dispersas, toda la segunda mitad de la película ofrece un exceso inquebrantable de sangre y gore. Es visualmente una emulación de la obra más grotesca de David Cronenberg o John Carpenter, pero se basa en una premisa mucho más extravagante. Surrealista, nauseabunda e hilarante, la película está mucho más cerca de Julia Ducournau y su Titane que de Disney.