Transportar un barco de 300 toneladas a la cima de una montaña suena como una hazaña imposible, pero esa fue exactamente la locura que ocurrió durante el épico y caótico rodaje de esta imprescindible película.
Pocas películas son tan infames e increíbles como Fitzcarraldo de Werner Herzog. Producto de la mente de uno de los cineastas más renegados del cine, Fitzcarraldo fue concebida como una épica moderna sin precedentes y, a diferencia de la mayoría de los directores que hacen promesas audaces, Herzog cumplió con su visión.
La película narra la historia de Brian Sweeney Fitzgerald (interpretado por Klaus Kinski), un barón del caucho obsesionado con la idea de transportar un barco de vapor a través de una región montañosa en las selvas del Perú. La dedicación de Herzog por la autenticidad llevó a una producción tan irracional como los deseos del propio protagonista.
Riesgo, tragedia y éxito: La tormentosa producción de ‘Fitzcarraldo’
La larga lista de problemas que enfrentaron el elenco y el equipo (que incluyó varias muertes, dos accidentes aéreos y hasta una guerra menor con la población indígena local) convirtió a Fitzcarraldo en una leyenda antes de siquiera llegar a los cines. Su posterior recepción positiva, que le valió a Herzog el premio a Mejor Director en el Festival de Cannes de 1982, la consolidó como una obra fundamental y controvertida del cine de autor. Cuarenta y dos años después, sigue siendo la película más polarizadora de la carrera de Herzog, y no sin razón.
Quizás el aspecto más sorprendente de Fitzcarraldo es que, a pesar de su historia aparentemente fantástica, tiene sus raíces en hechos históricos. Carlos Fitzcarrald, el hombre real que inspiró al personaje, no era tan megalómano como su contraparte cinematográfica, pero aún así fue un ambicioso barón del caucho que supervisó el traslado de un barco de vapor a través de una región traicionera de Madre de Dios.
Sin embargo, mientras que el barco de Fitzcarrald pesaba 32 toneladas y fue desmantelado para su transporte, Herzog llevó todo a otro nivel con un monstruo de 320 toneladas que fue movido entero. Dado que Herzog siempre ha priorizado las imágenes evocadoras en sus películas, no es sorprendente que amplificara el dramatismo visual para ilustrar mejor el núcleo temático de la historia. Lo que sí sorprende es que lo haya logrado mediante medios completamente prácticos, algo que parece casi increíble, transformando a Fitzcarraldo en una de las experiencias cinematográficas más fascinantes de la vida.
Sin embargo, la línea entre el genio y la locura es delgada, y el compromiso de Herzog por hacer la mejor película posible resultó en una producción infernal, superada solo por Apocalipsis ahora (una comparación apropiada, dado lo mucho que ambas producciones comparten). Al igual que en la obra maestra de Francis Ford Coppola, la locación fue la fuente de la mayoría de los problemas, y esto comenzó incluso antes de que se rodara una sola escena.
Herzog insistió en filmar Fitzcarraldo en pleno corazón de la selva peruana, pero encontrar un lugar adecuado fue complicado. Su primera opción fue descartada debido a una guerra fronteriza entre Perú y Ecuador, y los esfuerzos para encontrar un reemplazo se vieron obstaculizados por lo inaccesible de la región.
El único lugar que satisfacía sus necesidades específicas (un área con dos ríos paralelos lo suficientemente cercanos como para permitir el transporte del barco) estaba a cientos de kilómetros de la ciudad más cercana, y solo era accesible por avión o barco. No era perfecto, pero si esa era la única forma de lograr lo imposible, Herzog lo haría funcionar.
Tener que lidiar con un entorno tan inhóspito durante meses llevó a muchos al límite. Más aún, después de presenciar dos accidentes aéreos en los que cinco miembros del equipo resultaron heridos y otro quedó paralizado. Incluso en tierra, las cosas no eran más seguras. Un miembro del equipo fue mordido por una serpiente venenosa y tuvo que amputarse la pierna con una motosierra, mientras que el director de fotografía, Thomas Mauch, tuvo que someterse a horas de cirugía improvisada tras destrozarse una mano, todo sin anestesia.