Esta película, que cumple una década, explora el lado oscuro de la ambición y el perfeccionismo, mostrando cómo la búsqueda de la excelencia puede convertirse en una espiral destructiva.
En el cine, la figura del músico atormentado ha sido explorada en múltiples ocasiones, mostrando cómo la búsqueda de la perfección artística puede llevar a la autodestrucción. Ejemplos notables incluyen La pianista de Michael Haneke, que profundiza en la obsesión y el masoquismo de una profesora de música; Inside Llewyn Davis de los hermanos Ethan y Joel Coen, que retrata la lucha existencial de un cantautor folk; El latido de mi corazón de Jacques Audiard, donde un exconvicto encuentra redención a través de la música; y Allegro de Christoffer Boe, un drama surrealista que examina la memoria y la identidad a través de la figura de un pianista.
Ahora bien, ¿qué sucede cuando ese tormento musical no surge de la propia autoexigencia, sino de la presión extrema que un maestro ejerce sobre su alumno? Este es el punto de partida de Whiplash: Música y obsesión, una película que este año cumple una década y que lleva la dinámica maestro-alumno a niveles sofocantes. Bajo la dirección de Damien Chazelle, esta intensa película aborda hasta dónde se puede llevar a un joven con tal de alcanzar la grandeza, explorando los límites entre el perfeccionismo y la crueldad.
‘Whiplash’: A una década del tormento musical que redefinió la relación maestro-alumno
Whiplash, disponible en Netflix, narra la historia de Andrew Neiman (Miles Teller), un ambicioso baterista de jazz que estudia en el prestigioso Conservatorio Shaffer de Nueva York. Su deseo de ser el mejor lo lleva a caer bajo la influencia de Terence Fletcher (J.K. Simmons), un director de banda tan carismático como despiadado. Con métodos que oscilan entre lo abusivo y lo humillante, Fletcher empuja a Andrew a extremos físicos y mentales en su búsqueda por crear el próximo gran talento musical.
La película fue un éxito rotundo tanto en crítica como en taquilla, recaudando 15 veces su presupuesto de producción y ganando tres premios Oscar, incluyendo Mejor Actor de Reparto para Simmons. El desempeño de Simmons como Fletcher es una verdadera revelación, combinando momentos de apoyo paternal con estallidos de violencia psicológica que dejan sin aliento al espectador. Su interpretación, que se mueve entre lo admirable y lo aterrador, es clave para el impacto emocional de la película.
Pero Whiplash no sería lo que es sin la formidable actuación de Miles Teller, quien ofrece un retrato crudo y visceral de un joven consumido por la obsesión. Andrew no es un personaje fácil de querer; su arrogancia y determinación lo vuelven a menudo distante. Sin embargo, es precisamente esa vulnerabilidad oculta y su desesperada búsqueda por la aprobación de su mentor lo que lo convierte en un protagonista fascinante. Las escenas de confrontación entre Teller y Simmons son el corazón de la película, llevando la tensión a niveles casi insoportables.
El guión y la dirección de Chazelle, responsable de las espléndidas La La Land y Babylon, también merecen reconocimiento. Inspirado en su propia experiencia como baterista de jazz bajo la dirección de un maestro exigente, Chazelle captura a la perfección el ambiente claustrofóbico de un ensayo de banda, donde cada golpe de platillo y cada mirada de desaprobación se sienten como un juicio final. La edición rápida y el sonido impecable sumergen al espectador en la mente de Andrew, atrapado en un ciclo de presión y autoexigencia que lo lleva al borde de la locura.